lunes, 21 de julio de 2025

RAYOS Y CENTOLLAS

 


Después de tantos años, vuelvo a quedarme sola en esta casa que conozco al dedillo porque durante algún tiempo viví en ella. Ahora es mía, en una no sé qué -ava parte de un total que no se puede partir en modo alguno. No se levantan muros en los recuerdos de una vida, ni en un piso como este. Me doy un par de vueltas y entro en los dormitorios. Todo se me hace viejo y un poco distante. Abro los armarios sin intención de nada. Una bocanada de calor me empuja hacia atrás y me entran unas ganas atroces de salir corriendo y lo hago. El asfalto está que arde y no hay piedad climática que valga, pero me siento en la primera terraza que encuentro, aunque hace un calor de muerte, porque no quiero entrar en el local y descubrir que el aire acondicionado no funciona, o que está tan bajo que podría calentar un vaso de leche si lo dejo sobre el mostrador. Pido una Coca-Cola con hielo, mientras empujo las gafas de sol por el puente de la nariz hasta colocarlas de nuevo en su sitio.  Sudo como una perra, pienso. Pero sé que no es cierto, más que nada, porque los perros no sudan, ni beben refrescos de cola. Anoto en un papel que tengo que llamar a la inmobiliaria y, tal cual lo guardo, sé que va a desaparecer entre toda la quincalla que llevo en el bolso y que no volveré a acordarme de la llamada hasta que lleguen las tormentas de final de verano y alguien me recuerde que las goteras también existen.




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