Un ligero viento del sur mece las cortinas. La casa del herrero sigue cerrada a cal y canto. Me alejo caminando por el pinar. Piso las agujas secas que crujen como los huesos de un viejo que se quiebra. El sol empieza a descender y un olor seco a romero y tomillo me distrae, pero por poco tiempo. Al fondo, tras cerro, el mar que se intuye en el rocío ligeramente salado con el que nos regala algunas mañanas. Olvidado, entre las cuatro rocallas que quedan en pie, tu recuerdo desvaído y la permanente sensación de que hay inviernos que no se acaban nunca.
No hay comentarios:
Publicar un comentario