miércoles, 13 de agosto de 2025

AEROPLANOS

 



Desde hacía meses sabía que este fin de semana nos invitaba a comer. Cada vez que pensaba en esa reunión me atacaba una pereza infinita que me impedía cerrar los vuelos que me tenían que llevar hasta allí. A tres días vista, en silencio, aún imploraba una huelga de controladores, un hackeo planetario a las líneas aéreas o algo así, que me diera la excusa definitiva para evitar tener que moverme de mi casa, de la bendición del aire acondicionado y de la cerveza bien fría. A veces, el futuro nos escucha con el oído torcido y, envuelto de una mala leche atroz, me entregó un inesperado y delictivo vaciado de cuenta bancaria. Estaba a cero, sintiéndome idiota mientras le explicaba al policía de turno que fue el banco quien me llamó, que fui yo quien le di unos datos que creí que solo estaban comprobando. Sí, idiota del todo, sin un solo céntimo, con la tarjeta de crédito quemada y con la boca abierta. Puse la denuncia y volví a casa. Me senté en el sofá y abrí la última cerveza de la nevera. Miré el ordenador buscando un correo esperanzador de mi banco que me devolviera algo de solvencia, algo de dignidad. Nada. Había pedido una semi catástrofe, ahora tenía un drama del quince, y el maldito convite recortando por la banda. Pensé en llamar, explicar la causa de mi ausencia, pero decidí esperar a ver si finalmente los controladores se ponían de acuerdo para fastidiar las vacaciones a media humanidad, o a qué los hackers dejarán la red hecha ciscos. Algo catastrófico en lo general para evitar tener que explicar que soy gilipollas en lo particular. Pero las desgracias nunca vienen solas, tras meses de ausencia, de nuevo, llamó la menstruación.




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