domingo, 10 de noviembre de 2024

Y COMED YOGUR

 


En situaciones catastróficas afloran las buenas y las malas personas. Están los que no dudan en arrimar el hombro, dar lo que pueden incluso lo poco que tienen, prestar ayuda, incluso cuando la ayuda solo pueda ser prestar un hombro en le que apoyarse y llorar. Por otro lado, están los que pretenden sacar rédito de la desgracia de los demás y enriquecerse de un modo casi siempre altanero y vomitivo. Las inundaciones de Valencia nos están dando ejemplo de las dos posturas. Pero será que tengo el ánimo afectado por el tiempo y el penoso espectáculo que los políticos nos están dando en estos días tan tristes como necesitados de cordura, cooperación y empatía. Nada de todo eso lo encontramos más allá de los vecinos y de los voluntarios que queman sus fuerzas por ayudar a los demás. El resto, la morralla de los que pueblan las instituciones con sueldos de cinco cifras en adelante y la clac que les aplauden, son una muestra de la inmoralidad y la malaventura de una sociedad cada vez más enferma y pagada de sí misma.

Quiero quedarme con los dos chavales, los mejores amigos, que entre fango nos recuerdan que debemos estar por nuestra gente, por nuestros mayores y que no debemos rendirnos nunca. En ellos está la esperanza. En chavales que nos recuerdan lo fundamental. Cuidarnos unos a otros y, sobre todo, no rendirnos. Por estos chavales, a los que les debo el rebrote de cierta ilusión, hoy cenaré yogur y pensaré en que, mucho más cerca de lo que creemos, hay alguien a quien podemos echarle una mano y que caminando aún entre barro hay dos chavales maravillosos a los que les debemos mucho más de lo que creemos. Ellos son una lección, ellos son el futuro.



















domingo, 3 de noviembre de 2024

DIARIO 3.0


 

Olvídate de los auriculares, sabes que no debes, no de momento. Llenas la pica de agua templada y sumerges la cabeza hasta que todo queda en silencio. Solo quieres eso, ahora solo necesitas eso. Aunque, en realidad, quieres algo más, quieres que “Blue bolero” suene hasta que te duermas. Pero eso, solo eso, cuando dejes de bucear en los treinta centímetros que te permite la pica del baño y te retires los tapones contra la humedad.

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Lo que cabe en cada unidad de tiempo varía, no sé demasiado bien en función de qué, pero nunca es lo mismo. A veces pasa tan rápido que un día parece un minuto y en otras, un minuto se convierte en una eternidad. El tiempo es una medida imprecisa y engañosa.

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Llevaba varios días sintiéndose enferma sin saber si lo que le ocurría tenía algo que ver con el cambio de tiempo o con alguna otra cosa. Estaba inquieta. Se miró en el espejo y dijo “Cielos, ¡Qué desastre!” Llamó al trabajo. Se iba a quedar en casa y así podría ir adelantando, aunque no se encontraba bien. Al colgar, ya sabía que iba a perder el tiempo. Se lavó el pelo que envolvió en una toalla y se preparó un café que derramó sobre la encimera. Entonces lo supo. Descolgó, marcó y una locución, tan acabada como ella, contestó “El teléfono marcado no existe”.

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Pasan tantas cosas al mismo tiempo que apenas alcanza el día para poder procesarlas.

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Impotencia e indignación. Asistimos al repulsivo espectáculo político ante la gran tragedia de Valencia. No sé si es maldad, incompetencia o si simplemente son una tropa de torpes e inútiles capitaneados por un psicópata al que no le importa nada más que su ego y su persona. La desafección entre el poder político y los ciudadanos es total y absoluta. Dicen que el lema “Solo pueblo salva al pueblo”, que tanto se repiten estos días, tras el abandono de los ciudadanos por parte del Estado, es reaccionario. No lo es. Es la plasmación de una realidad que se ha hecho evidente de golpe.




domingo, 27 de octubre de 2024

ERUCTAR


 

Irás con el sudor de tu frente, con las pocas ganas que deja el hartazgo acumulado en los últimos meses y sabiendo que lo que pagas se desperdicia más que se aprovecha.  Tengo hora en Hacienda. Pienso en esto, mientras pierdo el segundo autobús del día. La espera no bajará de veinte minutos, pero aún llegaré a tiempo. En la pantalla de la parada, silenciada a Dios gracias, aparece la imagen del político de turno defenestrado por obra y gracia de su pene, su poco cerebro y el consumo de sustancias estupefaciente. Otro que se creyó Dios y solo era un necio con suerte.
Prima lo amoral y lo grandilocuente. Los que mandan de esa burra no se bajan. Pero somos muchos los que estamos hartos de esa manera de funcionar. Lo institucional vive de espaldas a la sociedad a la que debe prestar servicio. Nuestra clase política ha dejado de estar al servicio de los ciudadanos para considerarlos súbditos y reventarlos a base de ignorancia y mal hacer. La escandalera crece de manera superlativa y la sociedad se deshincha cada vez más hueca. Vivimos tiempos que agotan por la falta de rumbo. Los rumores velados se convierten en un guirigay insoportable. 
No vamos bien. Nada va bien. La vida política da pena y entre la ponzoña y la ruina, las discusiones se convierten en un patio de vecinas ofendidas, olvidando que, tras esas cortinas tan cutres de chanchullos, putas y cocaína, existe la peor gestión de democrática de un país al que cuesta reconocer. 
Crearon un monstruo porque podían y ese monstruo, tan repugnante como interesado, los está devorando. Los dioses y la justicia los eructe y acaben donde merecen, entre rejas y en el olvido.


sábado, 12 de octubre de 2024

GO ON




El éxodo de barceloneses hacia Madrid es algo habitual que se incrementa los fines de semana y durante cualquier festivo que se tercie. No hay tren que no se llene, no hay día que no haya que hacer una cola kilométrica en la estación, tanto a la ida como a la ida, como a la vuelta. Sin embrago, no acostumbro a cruzarme con demasiados madrileños haciendo ninguno de los dos trayectos. Algo ocurre cuando el trasvase de gente, de un lugar a otro, no es el mismo. Y aunque se puede especular con mil motivos y razones, creo que son tan obvias que el imaginario se reduce mucho. En algún momento, no hace demasiado, la ciudad perdió el paso entre los delirios de grandeza de los que creyeron que nacer o vivir en un lugar determinado los convertía en seres superiores; entre la inseguridad de una ciudad que se faja entre hurtos y apuñalamientos, tras años de un nefasto gobierno municipal. Una ciudad que navega entre la grandeza y la suciedad que la viste y que se columpia entre la indiferencia y el desprecio al visitante que deja un registro a hez que muchos nos espanta.. No es extraño que los que andamos hartos de todo lo que nos ha convertido en menos que cero, busquemos destinos menos ácidos en los que pasar el tiempo y olvidar la estrechez de mira y la doblez de cerviz.

La facilidad en el traslado, como consecuencia de una mayor oferta, también ayuda, aunque sobre esta cuestión ya planea la sombra de la eliminación maliciosa de la oferta que llega de la mano de la libertad de mercado. Nos quieren quietos, pobres y provincianos. De esa manera el ser humano es más fácil de doblegar. Pero por suerte aun tenemos la posibilidad de movernos, aunque quizá no por demasiado tiempo. En nombre de una falsa defensa de los derechos y la democracia, nos limitan la libertad haciendo un uso torticero y totalitario del poder que lea dio una democracia que ellos mismos ahogan cada día más.
Quiero creer que toda esa gentuza, sin escrúpulos y ni pizca de honestidad, que han conseguido medrar y colocarse en puestos de poder con la única finalidad de enriquecerse y empobrecer a los demás, acabarán arrinconados y, con un poco de suerte, sentados en el banquillo de los acusados. Solo entonces se podrá iniciar un proceso de regeneración social que también sanará la ciudad y volverá a acoger y respetar.

Miro a través de la ventana un paisaje que parece inmóvil pese a la velocidad y me vienen a la cabeza aquellos días hace ya mil años, cuando no existían ni teléfonos móviles, ni redes sociales, ni nada que nos contaminara la cabeza, ni el sentido común. Cuando todo iba más despacio y la información no se engullía sin más. Cuando no vivíamos pendientes de la cobertura y la vertiginosa desinformación. Necesitamos recuperar algo de todo aquello. Ojalá no nos falte nunca el tren.










miércoles, 2 de octubre de 2024

¿QUIÉN AMÓ A TRACY LORD?


 

Sin duda, yo amo a Tracy Lord. Empiezo el día sentándome en la cama y estirando los brazos como si quisiera tocar con la punta de los dedos el maravilloso techo que me cobija, ladeando la cabeza y dejando que el cabello ensortijado acaricie suavemente mi hombro izquierdo. Quiero creer que soy “ella” pero no. Me falta su elegante altura; me faltan unos brazos torneados de los que carezco desde hace más tiempo del que recuerdo y me faltan esos dedos maravillosos que la genética sustituyó por una agrupación de falanges, falanginas y falangetas que no sirven para anunciar anillos. Pero la melena, esa sí que no defrauda y me permite recuperar la ilusión de que algo de Tracy Lord vive en mí.

Tracy Lord es la protagonista de “Historias de Filadelfia”. No hay mucho más que decir porque ella, enfundada en el cuerpo de Katharine Hepburn, es la encarnación de la elegancia, la inteligencia, la chispa y el sentido del humor que se enreda y se vuelve a enredar hasta marear. En los tiempos que nos ha tocado vivir, de eslogan y falta de capacidad para discernir. Habrá quien diga que es una película simplona, con un personaje femenino insustancial que duda sobre el rumbo de su vida, de la compañía que quiere y que, como la canción, es voluble como una pluma, frente a los tipos que la pretenden. Tracy casa mal con la idea de la mujer empoderada que ahora nos venden, aunque lo estuviera.

Mientras escribo sobre esto, escucho una conversación ajena y dejo de anotar porque, precisamente, de mañanas inseguros, del amor y de la vida. Y si no fuera porque la conversación no va conmigo, aunque mi oído se agudiza como si lo fuera, añadiría que no olviden hablar de los enredos y los líos que casi siempre acompañan a casi todo eso de lo que hablan y que es fundamental recordar que el futuro solo existe cuando se transforma en el ahora y en el ayer y que eso se teje a trompicones, muchas veces, desde la duda. Y añadiría, si me dejaran, que la duda nunca es poca y que, maldita sea, ¡Qué pronto pasa la vida! 

Y les diría, además, que todo eso que las tiene en un sinvivir, eso y mucho más, ya lo sabía Tracy Lord y que amarla es casi una obligación.


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