martes, 7 de octubre de 2025

IN THE MORNING

 


Acabo de presenciar una discusión tan extraña como absurda. Pertenecer al pelotón de la gente a la que le gusta leer el periódico, mientras toma el primer café de la mañana, nos ancla entre las personas del montón. Gente corriente. Pero ser gente corriente no libra de rarezas ni de que, tras esa normalidad, se escondan personas bastante particulares, por lo más, que encuentran un enorme placer en discutir por las cosas más peregrinas, por ejemplo, ¿Cuánto tiempo puedo quedarme un periódico que no es mío? Según el interfecto que inicia la discusión y que pocas dotes diplomáticas, no hay que acaparar el ejemplar. Basta con hacer un repaso somero de titulares y soltarlo en menos de 3 minutos para que otro cliente pueda hacer el examen preceptivo de la mañana. Según el Santo Job que le aguanta la turra interminable, cada uno lee lo que quiere y durante el tiempo que le viene en gana. La discusión sube un poco de tono entre el ruido de los platillos que chocan contra la barra. Pero la cosa no llega a más, es pronto. Aún no ha salido el sol y el periódico, que es bien comunal, ni siquiera es el del día.  





miércoles, 24 de septiembre de 2025

BARBARIE


 

Empiezo el día con un donut de azúcar y un café solo. Lo pido a plena consciencia, sabiendo que esta semana cumplo más años que el atún en lata y que, como muestra de la crueldad del primer mundo, mi endocrina ha decidido que no hay mejor fecha para enfrentarse con las cosas de cada uno que fijar la visita médica en el día del cumpleaños. Mis cosas, tus cosas y las cosas de todos, son un ovillo complejo que se enreda y que bien merecen un donut, sea de azúcar o de chocolate, si el lío es gordo.  Un donut a tiempo siempre nos salva de pegarle un tirón a la madeja que se cargaría el lío moruno de una manera extraordinariamente ruda.  Enfundarse un donut, que se va directamente allí donde la espalda pierde el nombre, es un buen antídoto contra la barbarie primigenia que todos llevamos dentro, pese a los endocrinos.



viernes, 12 de septiembre de 2025

PURGATORIO


 
Llegaba tarde, pero aun así entre corriendo al baño de la primera planta para recolocarme las medias, peinarme un poco y enviar un último mensaje de despedida. Reconozco que no muy amable, pero era el último y, después de enviarlo, pensaba borrar su número por siempre jamás. Y fui expeditiva, rápida, veloz y envié un “Muérete imbécil”, seguido de un emoticono en forma de berenjena. Me recoloqué la falda justo antes cruzar la puerta, con el corazón latiendo a mil por hora, y las medias torcidas a la altura de los tobillos. Priorizar el desamor tiene como resultado que la cabeza se dispersa y uno olvida incluso lo principal.  Me esperaba y no parecían de muy buen humor. Veinte minutos son suficientes para que quien espera se moleste y te reciba como si llegaras con un sobre de purgaciones o el mejor ántrax del mercado negro. Me esperaban porque no les quedaba otra, porque era yo la que había ido a recoger las maquetas a la otra punta de la ciudad. El caso es que llegué (tarde), y con un cuidado extremo coloqué sobre la mesa el diminuto prototipo en el que estábamos trabajando. Ahí acababa mi encargo. Ya lo teníamos sobre la mesa. Lo siguiente ya le tocaba a otro, así que me senté y me limité a perderme en mis cosas. Y ahí estaba, pensando que tal vez no tenía que haber borrado el número tan rápido, que tal vez debería de haber esperado a confirmar con el azulísimo doble “check” que su “muerte” y el “que te den”, ya habían sido recibidos. Y ahí seguía, en mis cosas, cuando del fondo de la sala me llegó un murmullo y vi, al levantar la cabeza, ocho pares de ojos clavados en mí, mientras mi jefe, con idéntico hermoso nombre que el interfecto que tenía que recibir el recadito, mostraba la pantalla de su móvil a la galería y, con voz poco caritativa, me animaba a abandonar el purgatorio, sin sueldo, claro.





jueves, 4 de septiembre de 2025

ESPEJO, ESPEJITO MÁGICO


 

El tiempo no pasa.  El tiempo vuela y no lo hace en un avión de papel, ni en un globo aerostático, sino en un cohete a una velocidad supersónica. Ayer, una señora me mostraba el inicio de un mechón canoso donde antes no existía y un pecho un tanto flácido donde antes estaba la réplica de Afrodita A. Referirse a Afrodita A, el alter ego femenino de Mazinger Z también es muestra de una memoria y recuerdos añosos. El espejo, como el que me mostraba a esa señora que soy yo, no es más que un objeto que te pone frente a la realidad del transcurso de un tiempo que fue y que no va a volver. El día a día te va dejando pistas para que no olvides que el tiempo no es maleable, que avanza sin remisión para todo el mundo. Desde hace semanas, en los andenes de la línea de metro hay colgado un anuncio de la “Fundación Josep Carreras contra la leucemia”. Aparece la imagen de un anciano, unos niños, dos adultos vestidos de médicos. El mensaje, entiendo, es la leucemia que puede afectar a cualquiera y colaborando juntos podemos dar batalla a la enfermedad. Nada llama la atención ni por exceso ni por defecto. Pero no es el mensaje lo que me lleva a que, día tras día, reparara en su existencia, sino que era alguna otra cosa que ahora ya sé que es. El anciano, muy anciano que aparece en la fotografía, es el propio Josep Carreras. Puede que solo los que tengan algún interés en la ópera lo recuerden.  De la imagen de aquel atractivo tenor que encandilaba al mundo y que en la cresta de su carrera fue diagnosticado de una leucemia que afortunadamente superó, apenas queda nada. Hoy es un anciano, con una historia espectacular a sus espaldas, que sigue contribuyendo económicamente a la investigación de la enfermedad que lo retiró de los escenarios y presta su imagen para que nada caiga en el olvido.
Hoy, bajando nuevamente al andén, tropiezo de nuevo con la imagen del anuncio. La señora del espejo que habita en mí reconoce al venerable anciano, así que inclina  levemente la cabeza, para evitar el dolor en la cerviz, y con un deje de nostalgia y cierta fascinación que le cuesta evitar, susurra un “seguimos”.



miércoles, 13 de agosto de 2025

AEROPLANOS

 



Desde hacía meses sabía que este fin de semana nos invitaba a comer. Cada vez que pensaba en esa reunión me atacaba una pereza infinita que me impedía cerrar los vuelos que me tenían que llevar hasta allí. A tres días vista, en silencio, aún imploraba una huelga de controladores, un hackeo planetario a las líneas aéreas o algo así, que me diera la excusa definitiva para evitar tener que moverme de mi casa, de la bendición del aire acondicionado y de la cerveza bien fría. A veces, el futuro nos escucha con el oído torcido y, envuelto de una mala leche atroz, me entregó un inesperado y delictivo vaciado de cuenta bancaria. Estaba a cero, sintiéndome idiota mientras le explicaba al policía de turno que fue el banco quien me llamó, que fui yo quien le di unos datos que creí que solo estaban comprobando. Sí, idiota del todo, sin un solo céntimo, con la tarjeta de crédito quemada y con la boca abierta. Puse la denuncia y volví a casa. Me senté en el sofá y abrí la última cerveza de la nevera. Miré el ordenador buscando un correo esperanzador de mi banco que me devolviera algo de solvencia, algo de dignidad. Nada. Había pedido una semi catástrofe, ahora tenía un drama del quince, y el maldito convite recortando por la banda. Pensé en llamar, explicar la causa de mi ausencia, pero decidí esperar a ver si finalmente los controladores se ponían de acuerdo para fastidiar las vacaciones a media humanidad, o a qué los hackers dejarán la red hecha ciscos. Algo catastrófico en lo general para evitar tener que explicar que soy gilipollas en lo particular. Pero las desgracias nunca vienen solas, tras meses de ausencia, de nuevo, llamó la menstruación.