domingo, 19 de octubre de 2025

CASCAR UN HUEVO

 



Abro la nevera y sé lo que encontraré. La llené yo. Fui al supermercado con una lista que confeccioné a base de preguntar ¿Qué te parece si está semana preparamos menestra de verduras? ¿Prefieres que cojamos yogures y flanes o solo yogures? ¿Qué tal si compramos algo de pescado y congelamos la mitad para tener entre semana? Son preguntas que no me sirven de mucho. El menú está pensado y escrito de antemano. Pero sé que esa elección trucada sirve para que sienta que decide, aunque no sea así; y que crea que va a comer lo que quiere, lo que le gusta, porque ella así lo desea. Hay algo de manipulación que me escuece y de la que soy consciente.

Casco dos huevos y los bato con energía. Mientras se calienta un poco de aceite, va poniendo la mesa. Lo hacemos a la par, pero poco. El huevo batido se va cuajando y se lo digo. El controversia del día se centra en si es mejor que la pasemos mucho o que la dejemos un poco cruda. Hoy cenará una crema de verduras que hice ayer, después de que, no sin cierta dificultad, pelara la zanahorias que compramos por la mañana. Cenará despacio, porque nunca ha comido deprisa y hablaremos un poco antes de que la cama la llame. Una charla difícil cuando las palabras se esconden en algún lugar de la cabeza del que no quieren salir. La arroparé y le daré un beso en la frente. Mañana será otro día. ¿Quién sabe?


Cascar un huevo, cascarse por dentro.



domingo, 12 de octubre de 2025

GOODBYE ANNIE

 


Hoy lloramos que se nos ha muerto Annie Hall. Lloramos porque con ella, con Diane Keaton, se nos va parte importe de lo que en algun momento de nuestra vida quisimos ser. Porque ¿Quién no quiso ser Annie Hall? ¿Quién no quiso ser aquella imagen de mujer inteligente, atractiva y estravagante en la que siempre nos hizo pensar Diane Keaton. Somos lo que somos, producto de las cosas que vemos, de las cosas que pensamos, de las cosas que sentimos, de las que vivimos y de las que aparcamos; de las que nos inspiran y de las que nos derrotan. 
Yo quise ser como Annie Hall. Y quise que Alvy Singer, el mío, me llevara a ver "La tristeza y la piedad" y que, entre bostezo y bostezo, me invitara a su casa y me pidiera que le cociera una langosta mientras, muertos de la risa, buscabamos una cinta de VHS con la que enterrar una tarde de otoño lluviosa, lejos de Central Park, pero tan cerca de lo que entonces era un cielo infinito que, años después, cuando ya solo quedaran las cenizas de todo aquello, aquel que también lo quiso ser como Alvy, se acordara de mí como de aquella  mujer que un día, entre cintas de video y radiocasettes, con una camiseta enorme y fea a rabiar, le prometió que algun día, si la vida no los abandonaba antes, devorarían un bocadillo de pastrami mientras se dejaban la suela del zapato cruzando el puente de Brooklyn.

Hasta siempre Annie Hall. Hasta siempre Diane Keaton.


martes, 7 de octubre de 2025

IN THE MORNING

 


Acabo de presenciar una discusión tan extraña como absurda. Pertenecer al pelotón de la gente a la que le gusta leer el periódico, mientras toma el primer café de la mañana, nos ancla entre las personas del montón. Gente corriente. Pero ser gente corriente no libra de rarezas ni de que, tras esa normalidad, se escondan personas bastante particulares, por lo más, que encuentran un enorme placer en discutir por las cosas más peregrinas, por ejemplo, ¿Cuánto tiempo puedo quedarme un periódico que no es mío? Según el interfecto que inicia la discusión y que pocas dotes diplomáticas, no hay que acaparar el ejemplar. Basta con hacer un repaso somero de titulares y soltarlo en menos de 3 minutos para que otro cliente pueda hacer el examen preceptivo de la mañana. Según el Santo Job que le aguanta la turra interminable, cada uno lee lo que quiere y durante el tiempo que le viene en gana. La discusión sube un poco de tono entre el ruido de los platillos que chocan contra la barra. Pero la cosa no llega a más, es pronto. Aún no ha salido el sol y el periódico, que es bien comunal, ni siquiera es el del día.  





miércoles, 24 de septiembre de 2025

BARBARIE


 

Empiezo el día con un donut de azúcar y un café solo. Lo pido a plena consciencia, sabiendo que esta semana cumplo más años que el atún en lata y que, como muestra de la crueldad del primer mundo, mi endocrina ha decidido que no hay mejor fecha para enfrentarse con las cosas de cada uno que fijar la visita médica en el día del cumpleaños. Mis cosas, tus cosas y las cosas de todos, son un ovillo complejo que se enreda y que bien merecen un donut, sea de azúcar o de chocolate, si el lío es gordo.  Un donut a tiempo siempre nos salva de pegarle un tirón a la madeja que se cargaría el lío moruno de una manera extraordinariamente ruda.  Enfundarse un donut, que se va directamente allí donde la espalda pierde el nombre, es un buen antídoto contra la barbarie primigenia que todos llevamos dentro, pese a los endocrinos.



viernes, 12 de septiembre de 2025

PURGATORIO


 
Llegaba tarde, pero aun así entre corriendo al baño de la primera planta para recolocarme las medias, peinarme un poco y enviar un último mensaje de despedida. Reconozco que no muy amable, pero era el último y, después de enviarlo, pensaba borrar su número por siempre jamás. Y fui expeditiva, rápida, veloz y envié un “Muérete imbécil”, seguido de un emoticono en forma de berenjena. Me recoloqué la falda justo antes cruzar la puerta, con el corazón latiendo a mil por hora, y las medias torcidas a la altura de los tobillos. Priorizar el desamor tiene como resultado que la cabeza se dispersa y uno olvida incluso lo principal.  Me esperaba y no parecían de muy buen humor. Veinte minutos son suficientes para que quien espera se moleste y te reciba como si llegaras con un sobre de purgaciones o el mejor ántrax del mercado negro. Me esperaban porque no les quedaba otra, porque era yo la que había ido a recoger las maquetas a la otra punta de la ciudad. El caso es que llegué (tarde), y con un cuidado extremo coloqué sobre la mesa el diminuto prototipo en el que estábamos trabajando. Ahí acababa mi encargo. Ya lo teníamos sobre la mesa. Lo siguiente ya le tocaba a otro, así que me senté y me limité a perderme en mis cosas. Y ahí estaba, pensando que tal vez no tenía que haber borrado el número tan rápido, que tal vez debería de haber esperado a confirmar con el azulísimo doble “check” que su “muerte” y el “que te den”, ya habían sido recibidos. Y ahí seguía, en mis cosas, cuando del fondo de la sala me llegó un murmullo y vi, al levantar la cabeza, ocho pares de ojos clavados en mí, mientras mi jefe, con idéntico hermoso nombre que el interfecto que tenía que recibir el recadito, mostraba la pantalla de su móvil a la galería y, con voz poco caritativa, me animaba a abandonar el purgatorio, sin sueldo, claro.