"El catalán es un ser humano que se da —que me doy— pena. Unamuno dice que [los catalanes] hasta cuando parecen que atacan, están a la defensiva".
Josep Pla
El
tema de la independencia de Cataluña tiene saturado a todo el país, sobre todo a los propios catalanes. Corren malos tiempos desde hace mucho y,
entreverado en la vida del día a día, el odio campa a sus anchas entre aquellos
que menosprecian al otro vanagloriándose de algo tan absurdo como ser o no ser
de un determinado terruño. Poco mérito tiene eso. Pero contra el odio y la
irracionalidad poco se puede hacer cuando desde hace años se inocula el veneno
del desprecio. Sustraerse al mal ambiente, a las ganas de salir corriendo y a
una vida diaria malbaratada por el desquicie colectivo, es muy difícil. Sobre todo cuando cualquier
cosa que se diga, si no es alineada con la minoría independentista que de una manera absolutamente extraña se ha convertido en una falsa mayoría, acabará rebotando contra una pared de negación e insulto. Ya no hay voluntad de escuchar nada, de abandonar el pensamiento único y teledirigido, ni de poner dos dedos de frente, ni
cuatro gotas de sensatez democrática, a absolutamente nada. Vivimos entre la
ponzoña que los golpistas disfrazan con palabras grandilocuentes con las que
pretenden esconder y seguir engañando a una parte de la sociedad que, de una
manera absolutamente inexplicable, prefiere vivir en una mentira que viste los ropajes
de un fascismo absoluto. No hay más que ver los compañeros de viaje con los que
se juntan, la Nueva Alianza
Flamenca, para quedarse absolutamente perplejo y sentir más cerca que
nunca el peligro de la cerrazón más intransigente. La deriva de los que creen
dirigir una cruzada de autodeterminación, alejándonos del progreso, de los
derechos y libertades fundamentales, solo puede terminar naufragando. Sin
embargo, ese naufragio nos arrastra a todos. La economía ha quedado hecha trizas, la
sociedad ha quedado tan fragmentada que se necesitaran varias generaciones y
una campaña de saneamiento democrático para que la gente deje de tener que
mirar de reojo antes de hablar. Algo muy
sucio, muy feo y moralmente obsceno recorre de arriba abajo nuestro panorama. Un río de podredumbre que no se va a terminar así como así, ni siquiera con las elecciones
del 21 de diciembre a las que los no nacionalistas nos aferramos sin demasiadas
esperanzas.
Buena reflexión, aunque discutible. Emparejar a los independentistas con los fascistas me parece un exceso. Hablar de golpe de estado, otro. Aquí ha habido una gestión desastrosa de un conflicto por las dos partes. Todo parece encallado. Por una parte un gobierno en descomposición, con el partido más corrupto de la historia reciente de España en el poder, y por el otro una minoría cada vez más significativa que se cree en posesión de la verdad y toma la parte por el todo.
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