domingo, 13 de junio de 2021

APAGUEN LOS ALTAVOCES


 

En el último año hemos vivido momentos terribles pero hemos aprendido muy poco. Aun así, como sociedad, hemos sido incapaces de dar la vuelta a la polarización en la que nos hemos visto empujados casi sin darnos cuenta. Seguimos viviendo en mitad de un estercolero y lo hacemos de una manera mansa. La ideología lo ha llenado todo y ya no importa si las cosas están bien o mal. Todo eso ya da igual. En estos tiempos que corren lo importante es colocar al sujeto activo del hecho a un lado o al otro de esa línea invisible que algunos trazaron para dividir sin tener en cuenta que el punto de mira debe de centrarse en aquel que sufre las consecuencias de un acto. Son los hechos los que importan, son las víctimas sobre las que hay que colocar el foco que amplifica. Pero la ideología ha arrasado la igualdad dejándola como un campo yermo en el que ya no es posible arar. El debate social, más allá del estás conmigo o contra mí ya no existe y solo quedan los huesos roídos del discurso vacío que deja el “estás conmigo o contra mí” y todo lo que se sale de esta frontera tan difusa que muchas veces marca el propio yo con los anteojos de un tercero interesado, es solo fanfarria de la mala. El juego de los bandos es peligroso y mezquino. Mientras escribo esto pienso en las tres criaturas que estos días atrás han muerto a manos de sus progenitores. Unas a manos de su padre, la otra a mano de su madre. La muerte violenta de estas niñas es una terrible desgracia que pone cara a la maldad y la bajeza moral. No hay crimen más repulsivo que acabar con la vida de los propios hijos.

Pero debemos ser capaces de ver más allá y observar dónde se coloca la sociedad ante hechos tan dramáticos como éstos. Estos días, las muestras de bajeza y la falta de catadura moral no han sido pocas. La tecnología ha servido para amplificar el discurso de aquellos que solo saben vociferar y lanzar soflamas de las que ni siquiera son capaces de calibrar sus consecuencias. La posibilidad de un debate, no ya jurídico, sino ético, está perdido, como lo está la consistencia del recuerdo y la necesidad de bajar el tono.  En las últimas semanas, el concepto “violencia vicaria” está en boca de todo el mundo, desbancando a cualquier otra cuestión, y olvidamos que la cosa no la hace el nombre. Los hechos, su explicación y sus consecuencias son las que deberían servir de eje de discusión para buscar la manera de prevenirlos, para ayudar a reducir su impacto disfuncional.  Y eso, sirve para todo.

Pero en mitad de la conmoción social nos vamos alejando del objetivo final y la sociedad, de una manera inexplicable, muestra mayor repulsa ante idénticos hechos en función del sexo de quien los ha llevado a cabo. ¿Es un monstruo la madre que mata a un hijo? ¿Es un monstruo el padre que mata a un hijo?  En ambos casos, y sin hacer supuestos de laboratorio, la respuesta es la misma, sin lugar a duda lo son. Nada lo justifica, nada lo explica. Por eso es tan desolador ver el diferente tratamiento mediático y social que se ha dado a la muerte de una niña en Sant Joan Despí a manos de su madre, del que ha recibido la muerte de otras dos niñas a manos de su padre en Tenerife. De la primera apenas sabemos nada; de las segundas es imposible no tropezar con los datos que, hora a hora, van apareciendo en los medios de comunicación. Desolador en ambos casos. Tan desolador como ver que parte de la sociedad ha hecho suyo el discurso ideologizado de los políticos que intentan sacar rédito del asesinato de unas niñas y son capaces de dar un distinto tratamiento a la muerte de unas criaturas en función de quién la ha llevado a cabo. Pero este camino, emprendido a base de empellones de los que nos gobiernan, va calando entre la ciudadanía que traga sin ser consciente de lo peligroso de todo ello.

En este caso, como en muchos otros, es mejor apartarse de la lenguaraz furia de algunos y de sus cámaras de resonancia y meditar, de una manera sosegada, en qué nos estamos convirtiendo. La muerte de estas tres niñas pone sobre el tablero una cuestión de una trascendencia mayúscula: ¿Tenemos niños, vivos o muertos, de primera y de segunda categoría?  No debería, pero la sociedad parece ser que es lo que demanda. Lo que está pasando con las niñas de Tenerife y Sant Joan Despí debería hacernos reflexionar sobre este extremo a la vista de las trascendencia social y mediática que ha tenido uno y otro hecho. ¿Tienen más derechos unos niños que otros? En estos momentos, los derechos y oportunidades de los niños, ante idénticos hechos, no son iguales. En estos momentos, sin que nadie se rasgue las vestiduras, en este país, los niños que quedan sin padre a manos de su madre no reciben el complemento de la pensión de orfandad que reciben los niños que se quedan sin madre a manos de su padre. Tremendo. La Ley 3/2019, de 1 de marzo, de mejora de la situación de orfandad de las hijas e hijos de víctimas de violencia de género y otras formas de violencia contra la mujer, así lo recoge. Incomprensible y vergonzoso. Y no se trata de si hay más huérfanos de madre que de padre. El tema no es ese. Hemos entrado en un terreno peligroso al relegar el derecho a la igualdad en pro de una ideología que, como en este caso, no protege, sino que señala y discrimina.

La muerte de un niño es una desgracia que jamás se supera, se convive con ello, pero queda ahí para siempre en la intimidad de su familia. Pero la muerte violenta de un niño a manos de quien debe de cuidarle, quererle y proporcionarle una posibilidad de futuro, no solo un drama en lo personal y familiar, sino que es una tragedia que debería remover la conciencia de la sociedad, venga de donde venga. Hace falta bajar el volumen de la amplificación de la demagogia y de la ideología que discrimina. Debemos asumir que como sociedad necesitamos una buena dosis de humildad, de valores, de empatía y de responsabilidad. Deberíamos bajar el volumen del ruido y pensar qué es lo que queremos para los más pequeños. El futuro es de los niños. Su muerte violenta es siempre una tragedia irreparable, pero su discriminación, su ninguneo, es un fracaso del conjunto de la sociedad.

 

 

2 comentarios:

  1. Totalmente de acuerdo contigo, del diferente tratamiento mediático de este terrible suceso. Según la estadística creo que la mujer, en este tipo de casos horribles, es más asesina que el hombre. De todas formas, estas noticias estremecen. Como tú dices “estás conmigo o contra mí”, podría ser la norma general de los tiempos. Buen escrito, muy objetivo.

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  2. A mí me parece algo tan claro que no puedo llegar a entender a los que no lo ven. Me parece que en algo tan importante como la cuestión de los niños no se puede ir con la ideología por delante. No se dan cuenta, o sí, del daño que hacen. No defiende mejor los derechos de las mujeres o de los niños, o los de cualquier persona, quien más grita sino quien más sentido común pone. El debate se ha convertido el algo pantanoso. Los hombres no son monstruos por naturaleza, tampoco las mujeres. Los límites en el debate están en la honradez y el conocimiento. Estoy hasta la bola de consignas que solo ensucian.

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