Con
la pandemia y el confinamiento llegó el teletrabajo. Se trabajó como se pudo y resultó que la
presencialidad en las oficinas no era tan necesaria como se creía. Calentar silla ha sido siempre una de las actividades más comunes que se da en los despachos desde que Bartleby, de figura pálida, pulcra y respetable, pisó por primera vez unas oficinas en Wall Street. Durante meses, el deporte administrativo más ejercitado, el calentamiento de asiento, se trasladó de la oficina a casa y se perdió la esencia del mismo. Teletrabajamos y la silla se calentó en casa porque no había otra. El teletrabajo es un sistema discutido y hay motivos. Las jornadas se tornan inacabables, se pierde la sociabilización con
los compañeros y la conciliación familiar a veces se convierte en un chiste. Durante el confinamiento, explotó todo, y la vida se convirtió en un revoltillo compacto de lo laboral, lo personal y lo familiar.
Teletrabajar y conciliar no siempre es posible. El confinamiento lo ha demostrado. Se necesita adoptar medidas que limiten la actividad laboral para no convertirla en un infierno y poner freno a jornadas de conexión permanente en la que no se descansa porque, total, estoy en casa. Durante el confinamiento fue difícil trabajar y también lo fue conciliar porque mientras se teletrabajaba no se puede estar pendiente de las trescientas cosas que ocurren alrededor. No se puede estar ayudando a los niños que están tele-estudiando o dando por saco como por edad les corresponde, como tampoco se puede estar pensando en lavadoras, ni en lo que se va a preparar para que coma toda la familia. ay que reconocerlo, la falta de cambio de escenario también condiciona.
Pero con el Covid nos vinimos todos
arriba y decidimos que había que anunciar
que, tras el desastre, saldríamos más fuertes, siendo mucho mejores y teletrabajando en unas condiciones inmejorables. Pero el tiempo nos ha colocado a cada uno en nuestros sitio. Primero dejamos de aplaudir, después de creernos todos hermanos y finalmente volvimos a las viejas costumbres que para eso lo son, viejas y costumbres,. La vuelta a la normalidad, esa nueva normalidad tan cacareada, ha supuesto el regreso al pasado. Los niños han regresado al
colegio y el maravilloso paraíso que ahora sí, con los niños ya en clase, podía suponer el teletrabajo, se desvanece. Entre la quinta ola en remisión y la pronosticada sexta ola que llegará en invierno, el teletrabajo se va a tomar
por saco. Las empresas y el sector publico vuelven a requerir la presencialidad. Así que aquel venturoso "el teletrabajo ha
llegado para quedarse", no es más que otro de los muchos propósitos sociales que empieza a deslizarse por la resbaladiza
pista del olvido. Pero no todo va a ser malo. Algunos descansaran volviendo a
la oficina, bajando a fumar y a por café cada vez que la pulsera digital les indique que lleva demasiado tiempo sentados. Otros pelaran la pava con los vecinos
de mesa para los que se ponen guapos por mañana mientras despiden a los niños
que se van en la ruta escolar. Y el trabajo, como siempre, irá saliendo mientras los calienta-sillas se repantingan para empezar una jornada más de escaqueo y bienestar personal.