Llegas y las dudas se
van disolviendo. Te reconoces de nuevo. Siempre has pertenecido a ese lugar. En realidad,
eres ese lugar y ese lugar eres tú, sin saber dónde empieza uno y acaba el otro. Tierra y carne formando un todo un tanto
extraño, que se hace evidente cuando cuando tus pies tocan el suelo que tanto
conoces porque eres tú. Redescubres el espacio, el tiempo y la maraña en la que vives se aligera. Aparecen las líneas
rectas y, al volver a respirar, tragas una bocanada de aire caliente que sale de la
cafetería que olvidaste y te entran unas ganas enormes de entrar, sentarte en la barra y pedir unos boquerones en vinagre o un ponche de huevo que no sabes cómo aun, mil años después, puedes sentir en la punta de la lengua.
La tentación es grande, pero acaba de amanecer y el cuerpo ya no es el que era. Pero saber que cabe la posibilidad, por minúscula que sea, a veces, es más que suficiente.
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