Nos escribimos a través del tiempo con el engañoso resultado de tenernos presentes, sin que uno y otro decidamos cerrar las letras para decirnos adiós de manera definitiva. Ayer, sobre el
papel, puse aquel momento en el que apoyé mi mano sobre la tuya y aun así, lejos de todo aquello, pude
sentir la impresión del calor tu piel contra mi piel, tu aliento cercando del mío. Pero el papel que agotamos es sólo la impresión melancólica de un pasado que se escapó entre esas manos que
se tocaron buscando el consuelo de un destino que se enredó más de lo
conveniente. Escribimos para sentirnos cerca y que la inexcusable ausencia no se convierta en el un azucarillo que se disuelve en el último café de la tarde. Pero nos vamos abandonado y ya no
hay nada que cubrir, nada que descubrir entre unas letras que poco a poco se apagan. Cada uno por su lado, levantando cortafuegos y escogiendo, en cada encrucijada, el camino que menos descuadre. Tú para ti, yo para
mí. Y en mitad de la arboleda, tus palabras despistadas y las mías enredadas buscan el sentido de nuestra contingencia. Nos faltaron rincones,
nos faltaron letras y un poco de suerte.
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