domingo, 9 de enero de 2022

FILOMENA A TU PESAR


 

Escucho que en los próximos días llegará una nueva tormenta similar a la del año pasado. Le pondrán nombre, un nombre de mujer, pero no será Filomena. Aun así, aunque ni siquiera se asoma por el mapa, el tiempo se embrutece y la tarde se levanta fría. Sopla aire gélido pero no tanto como para acobardar y que las horas queden rematadas en casa, arrebujo de la calefacción y la pereza. Salgo para dar una vuelta, estirar las piernas. La cabeza campa a sus anchas sin más limitación que reconocer el cambio de luces de los semáforos. Poco a poco, he vuelto a la lectura a la que nada obliga y lo noto. El confinamiento nos arrebató la normalidad y la capacidad de concentrarse, al menos la mía, saltó por los aires. Vuelvo a llevar un libro encima y, con él a cuestas, retomo la búsqueda de una silla libre en cualquier terraza. Por ahora, la tarea es sencilla desde que el helor empieza a bajar hasta tocar del mar y el salvoconducto del pasaporte estúpido llena las caferías y vacía las terrazas. ¿Quién querría pasar frío? Me siento levantando el cuello del abrigo, saco el libro y espero sin prisa. Algunos días queda sobre la mesa, cerrado, y me limito a tomarme un café porque no alcanzo a más. Dejo que pase la tarde y son los retazos de las conversaciones cazadas al vuelo las que conducen las ideas que van apareciendo y que se yuxtaponen a las necesidades cotidianas de las que es difícil olvidarse. ¿Somos los mismos?, ¡Qué sé yo! Pienso en cosas, cosas tontas que carecen de importancia. Con la nariz congelada, dejo las monedas en el velador y adiós. Sopla un viento gélido. Las palomas, pertrechadas en un alféizar oscuro, dibujan un panorama sombrío parecido al de una agenda vacía. Nevará, es casi una seguridad.



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