Escucho que en los próximos días
llegará una nueva tormenta similar a la del año pasado. Le pondrán nombre, un
nombre de mujer, pero no será Filomena. Aun así, aunque ni siquiera se asoma por el mapa, el tiempo se embrutece y la
tarde se levanta fría. Sopla aire gélido pero no tanto como para acobardar y que las horas queden rematadas en
casa, arrebujo de la calefacción y la pereza. Salgo para dar una vuelta,
estirar las piernas. La cabeza campa a sus anchas sin más limitación
que reconocer el cambio de luces de los semáforos. Poco a poco, he vuelto a la
lectura a la que nada obliga y lo noto. El confinamiento nos arrebató la
normalidad y la capacidad de concentrarse, al menos la mía, saltó por los aires. Vuelvo a llevar
un libro encima y, con él a cuestas, retomo la búsqueda de una silla libre en cualquier terraza. Por ahora, la tarea es sencilla desde que el helor empieza a bajar hasta tocar del mar y el
salvoconducto del pasaporte estúpido llena las caferías y vacía las terrazas. ¿Quién
querría pasar frío? Me siento levantando el cuello del abrigo, saco el libro y espero sin prisa. Algunos días queda
sobre la mesa, cerrado, y me limito a tomarme un café porque no alcanzo a más. Dejo
que pase la tarde y son los retazos de las conversaciones cazadas al vuelo las que conducen
las ideas que van apareciendo y que se yuxtaponen a las necesidades cotidianas
de las que es difícil olvidarse. ¿Somos los mismos?, ¡Qué sé yo! Pienso en cosas, cosas tontas que carecen de importancia. Con la nariz congelada, dejo las monedas en el velador y adiós. Sopla un viento
gélido. Las palomas, pertrechadas en un alféizar oscuro, dibujan un panorama
sombrío parecido al de una agenda vacía. Nevará, es casi una seguridad.
domingo, 9 de enero de 2022
FILOMENA A TU PESAR
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Si hay para un café es suficiente. Ya lo decía Johnny Guitar.
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