Tacho los días
pasados. No sabría decir si son muchos o pocos. El tiempo, como casi todo,
también es relativo. Un día puede ser un microsegundo vital mientras y ese
nanosegundo que te arranca la vida parece durar un año entero. Veo la luz de
sol en escorzo que es tanto como decir que apenas veo llegar algún que otro
rayo que se escapa en estos días de invierno. Contesto algunos mensajes, dejo
pasar las llamadas. Hablar me cansa. Aprovecha para leer, aprovecha para
escribir, aprovecha para estudiar, aprovecha para ir adelantando. El
aprovechamiento como comodín a la interrupción de la vida corriente me aburre,
pero me lo callo y lo dejo pasar porque el “aprovecha” me da mil patadas. Voy
hasta la cocina y tardo algo menos que en hacer la San Silvestre vallecana, que
no es poca cosa. Coloco una cápsula y me pido, “aprovechando” la cosa, que el
café sea larguito y con un poco de espuma. Me obedezco mucho y bien. Aprovecho
para comerme un par de galletas de canela mientras contesto a un WhatsApp con
muchas palmaditas y un emoticono de sombrerito y matasuegras. El gran bluf de
los emoticonos llegó para quedarse y ahora todo puede resumirse con caritas y
muñecotes. El horror confirmatorio de lo cutre que somos. Debería para algo, no sé el qué, así que no lo hago y pierdo el tiempo escuchando el murmullo
de la tubería que parece quejarse tanto como yo cuando el repartidor de Amazon
me deja un paquete para el vecino que ha decidido que mi casa es su central de
entregas. Alguien debería regar las plantas, porque, aunque sea invierto, las
benditas también tienen derecho al agua y al abono.
miércoles, 28 de diciembre de 2022
EL PAN Y LA SAL
miércoles, 21 de diciembre de 2022
NOSOTROS, LOS DISFRUTONES
He vuelto a casa por Navidad, como el turrón. Llevo
un costurón en el cuerpo digno del mejor modisto del momento. Cada punto de la cadeneta es como un
canto a la alegría y la esperanza. No me puedo mover, hoy. Mañana será otra
cosa. La vida es eso que va pasando, mientras te empecinas en miles de paridas
que contaminan y olvidas que todo eso, lo atufante, es accesorio. Quiero creer que
el dolor de hoy es la salud del mañana, que la penitencia durará lo que dura un
cubito en un “whisky on the rocks”. Al final, no queda
otro que apretar los dientes y seguir adelante. Los disfrutones de la vida tenemos la
ventaja de ver cosas buenas en cualquier sitio. Pienso en la enorme suerte que
eso supone, mientras recojo con el dedo los restos de canela que han quedado en el
plato del desayuno. Miro el apósito ¡Vaya tela! Estoy en casa y eso es lo que
importa. Fin de la nota. Mañana, si se puede, más.
domingo, 4 de diciembre de 2022
SABES QUE TE HAS HECHO MAYOR...
¿Cuántas veces has dicho aquello de “Sabes que te has hecho mayor cuando…”? En las redes sociales se lee con frecuencia y la
frase continúa de manera manera más o menos chistosa con cosas como “Cuando descubrí que la
lavadora no funciona sola”, “Cuando decidí que lo mejor del viernes noche era
ponerse el pijama de felpa, enchufar Netflix y dormirse en el sofá antes de las
diez”. Muchas veces he dicho o escrito tonterías como esas. Pero, cuando lo pienso de
verdad y dejo el chiste de lado, la cosa pierde bastante gracia. Porque la verdad es que fui consciente de haberme hecho mayo, el día que me di
cuenta que, con demasiada frecuencia, espiaba la nevera de mi madre para saber
si estaba comiendo bien; o que cuando iba a su casa le contaba las pastillas para controlar si se
las tomaba o no; o cuando una mañana me aposté en la esquina de su calle
esperando a ver si salía a pasear como ella afirmaba que hacía a diario y de lo que yo
tenía mis dudas. Y me di cuenta no solo de que me había hecho mayor, sino que a ratos, cada vez más largos e intensos, había dejado de ser hija para convertirme
en una especie de madrastra con buenas intenciones pero ofuscada que se siente culpable en el papel que ahora le toca interpretar. Y es que cuando se empieza con esa supervisión
que llega por necesidad, los papeles empiezan a invertirse y ya no hay marcha atrás. Un día, como otro
cualquiera, descubres que se salta la dieta a escondidas, o que abre la puerta
de casa sin preguntar quién es, y mil cosas como esa que te hacen sufrir a ti y
a ella un poco menos. Y la riñes como si fuera una niña mientras te mira con
cara de querer mandarte al guano pero no lo hace. Y entonces, tras el sofoco,
te sientes mala como la tos porque a veces pierdes los papeles, y aunque después
intentas arreglarlo, te das cuenta de que pecas de condescendiente y te lías, mucho. Te toca
hacer lo que no quieres y nos siempre sabes manejar la situación. Intentas volver
a tu papel de hija y ella, por un rato, te deja y toma el mando porque, aunque mayor, sigue siendo tu madre y tú su hija. Pero el orden se invierte de una manera cruel y ya no hay vuelta atrás ni queriendo.