domingo, 26 de febrero de 2023

ATTITUDE. QUERIDO JOHN (VII)

 



Querido John

Aunque ya no estás aquí, recupero tus notas y secuestro la idea que un día apuntaste. Pendiente. El pasado se transforma en algo tan escurridizo como los pensamientos que se sujetan sobre sentimientos que el tiempo vuelve inexplicables y termina volverlos invisibles. Las emociones son escurridizas. La alegría y la sorpresa llegan socavando los cimientos  que se cuela el aire fresco, hasta que llega el miedo, el asco, la ira y la vida se ve arrastrada hasta el mismísimo infierno.  De ahí ya no hay nada que rescatar, nada que salvar. Entre la vida y la nada se instala una tristeza infinita que araña, pero también calma.  Se puede concebir una vida entera que nace y muere en el inmediato microsegundo en el que se le intenta dar un nombre. Tiempos extraños que se vadean con la elasticidad de un equilibrista en los que el pasado se va modificando mientras Dios se rasca la barriga. Querido John, ¡Cuánto supimos de todos eso! De vivir una vida que no era nuestra y de un pendiente que se desvaneció cuando llegó la primavera.

Siempre tuya, Grace.



domingo, 19 de febrero de 2023

RENGLÓN TORCIDO


 
Durante el aperitivo, alguien saca el tema de una nueva aplicación que terminará por revolucionar la comunicación. Un chat de inteligencia artificial en el que un algoritmo será el interlocutor en la conversación capaz, además, de elaborar un texto elaborado con precisión en lo que se tarda en descorchar una botella. Me horroriza y así lo digo y me quedo en minoría. Puede que el algoritmo sea listísimo antes incluso de llegar y esté generando un gran número de adeptos. Más horror aún. Insisto en el hecho de que la llegada de la inteligencia artificial a los medios de comunicación, a la literatura y a todo lo que tiene que ver con la capacidad de dialogo y la reflexión, puede que no sea tan buena noticia porque puede dar paso a la uniformidad, a la falta de libertad, a la falta de creatividad. Y mientras me quedo sola en mi discurso, sobre el peligro que entraña un artilugio como ese, pico la última aceituna que queda en el plato. ¿Quién comanda la inteligencia artificial? Puede que al final esa nueva inteligencia sea Dios, o se convierta en Dios, o yo qué sé. Pero la realidad es que, lista o no, se abre camino para quedarse y puede que incluso sea ella quien escriba los libros que leeremos, si es que con el tiempo seguimos leyendo. Una verdadera desgracia que me afloja las ganas cuando pienso que por el camino de la asepsia racional se perderá el talento, la creatividad y la posibilidad de bucear en el proceso creativo del autor a la que a veces nos vemos empujados los lectores. Puede que incluso se pierda el criterio propio y sea sustituido por del ente que se esconde tras el artificial artefacto. Puede que entonces los escritores de verdad, los que se mantengan alejados del contrahecho algoritmo, se conviertan en la verdadera resistencia buscada por el lector que escapa del reglón predeterminado.


domingo, 12 de febrero de 2023

CON SU MIRADA

 



Tengo sobre la mesa un libro de Zadie Smith. Unos ensayos que escribió durante el periodo en que estuvimos en pandemia. Durante aquel tiempo de crisis se escribió mucho, aunque se publicó menos. Tiempo después, cuando todo aquello empezó a parecer un mal recuerdo, aquellos libros han ido apareciendo y algunos son francamente buenos. Dicen que las crisis estimulan, no lo sé. Las últimas mías las podría describir como de apagón general. La cabeza ralentizó y arañar tiempo y ganas fue una proeza en la que he fracasé estrepitosamente. Pero por suerte, lejos de mi exigua minoría, hubo muchísima gente haciendo cosas. Zadie Smith, por ejemplo, aprovecho el encierro para volver a leer las Meditaciones de Marco Aurelio. Por aquí, unos miles de kilómetros más al sur, dábamos vueltas a la necesidad de comprar papel para el baño y sobre la cantidad de paseos que podría soportar el único perro del edificio. Por suerte, otros aprovecharon el tiempo que otros desperdiciamos de una manera clamorosa. A esta segunda clase es a la que pertenezco. En mi descargo diré que por aquel entonces me dediqué a mirar, pensar y a olvidar casi de inmediato todo aquello que por dejadez no anoté. Y. ¿Qué tendrá que ver Zadie Smith con todo esto? Pues muy poco. Solo que desde hace casi dos años (anoté la fecha en las primeras páginas), veo a diario el lomo de “Contemplaciones” sobre la mesa, aquellos ensayos escritos en horas de muerte. Y cada día, cuando lo veo sobre mi mesa de trabajo, esperando que lo coloque en la librería, me entran unas ganas feroces de llenar un jarrón con peonias y de anotar, aunque después no lo haga, los múltiples ejemplos de soberana ignorancia en la que vivimos día sí y día también. Pero yo no soy ella.


domingo, 5 de febrero de 2023

GATO DE CHESIRE


 

Lo peor no son las expectativas frustradas. No, una mujer en edad de fija discontinua (como llama mi amiga Berta a toda la que pasa de los cuarenta y no llega a los cien), sabe mucho de eso y lo gestiona de manera estupenda. Lo peor es la pérdida de tiempo que supone hacer cosas prescindibles por complacer. Por eso, por complacer y porque los meses de convalecencia se están llevando por delante mi vida social, decidí aceptar la invitación, gastarme unos euros en un Cabify para ir, otros tantos para volver, unos cuantos más para pagarme el "Bitter Kas" de turno, a precio de inflación galopante, y escuchar lo que aquel tipo tenía que decir sobre su última novela.

Me gusta leer, me gusta escuchar a la gente y me gusta emborronar el papel. Todas esas cosas forman parte de un todo, o así lo creo yo. Y sí, ya sé que hay quien piensa que lo mío es basura en fascículos mal escritos. Pero también sé que soy el relajante para algunos que dan un repaso a lo que escribo para despellejarme en su cabeza, mientras se duchan o se toman el café de la mañana. Si después de mentarme la madre siguen relajados su jornada, ya pueden darme gracias, les hago un gran servicio. Pero volviendo al principio, supongo que, porque también me gusta escuchar a aquellos con los que comparto el gusto: el mío por leer y el suyo por escribir; y porque quien me regaló la invitación lo hacía con mucha ilusión, me decidí a acudir a aquella charla anunciada como una reunión entre amigos.

A la hora en punto empezó. Una azafata le acompañó hasta el butacón que iba a ocupar aquella tarde. Apareció más esbelto de lo que se veía en las fotografías, con un gato esmirriado entre los brazos que acomodó en el regazó. Mientras servían las bebidas, el presentador del acto tomó la palabra. Empezó la hora de los halagos y la complacencia. El tipo acariciaba el lomo del animal a cámara lenta, sonriendo al infinito. Encendió un cigarrillo con la mano que le quedaba libre, entrecerró los ojos y comenzó a hablar en un tono de voz muy bajo, casi inaudible. Me pregunté ¿Cuánto desabrimiento cabe en unos ojos a medio cerrar? Habló unos minutos, carraspeó y dio por finalizada su intervención. Le gustó mucho su charla, estoy segura de ello. Creo que incluso estuvo tentado de aplaudirse a sí mismo cuando terminó y dieron paso a un turno preguntas limitadas. Y entre esa  andaba yo, calculando el tiempo que necesitaba para volver a casa, cuando se me cayó la muleta al suelo haciendo un ruido espantoso. Me miró con los ojos entornados, me señaló con un dedo fino como el alambre y boqueó como si fuera un pez, sin llegar a decir nada.  Se hizo un silencio pegajoso. Alguien tomó la palabra y siguieron los halagos, las preguntas raras. Estuve tentada de pedirme otro "Bitter Kas" mientras terminaba aquello, pero pensé que mejor no, no fuera a ser que el exceso de gas me provocara un eructo involuntario y aquel tipo, tan engolado como un gato de Chesire, me lanzara la falange de su dedo índice, clavándola en mi corazón, y acabara con mi vida por un extravagante accidente anatómico.