Durante el aperitivo, alguien saca el tema de una nueva aplicación que terminará por revolucionar la comunicación. Un chat de inteligencia artificial en el que un algoritmo será el interlocutor en la conversación capaz, además, de elaborar un texto elaborado con precisión en lo que se tarda en descorchar una botella. Me horroriza y así lo digo y me quedo en minoría. Puede que el algoritmo sea listísimo antes incluso de llegar y esté generando un gran número de adeptos. Más horror aún. Insisto en el hecho de que la llegada de la inteligencia artificial a los medios de comunicación, a la literatura y a todo lo que tiene que ver con la capacidad de dialogo y la reflexión, puede que no sea tan buena noticia porque puede dar paso a la uniformidad, a la falta de libertad, a la falta de creatividad. Y mientras me quedo sola en mi discurso, sobre el peligro que entraña un artilugio como ese, pico la última aceituna que queda en el plato. ¿Quién comanda la inteligencia artificial? Puede que al final esa nueva inteligencia sea Dios, o se convierta en Dios, o yo qué sé. Pero la realidad es que, lista o no, se abre camino para quedarse y puede que incluso sea ella quien escriba los libros que leeremos, si es que con el tiempo seguimos leyendo. Una verdadera desgracia que me afloja las ganas cuando pienso que por el camino de la asepsia racional se perderá el talento, la creatividad y la posibilidad de bucear en el proceso creativo del autor a la que a veces nos vemos empujados los lectores. Puede que incluso se pierda el criterio propio y sea sustituido por del ente que se esconde tras el artificial artefacto. Puede que entonces los escritores de verdad, los que se mantengan alejados del contrahecho algoritmo, se conviertan en la verdadera resistencia buscada por el lector que escapa del reglón predeterminado.
domingo, 19 de febrero de 2023
RENGLÓN TORCIDO
Durante el aperitivo, alguien saca el tema de una nueva aplicación que terminará por revolucionar la comunicación. Un chat de inteligencia artificial en el que un algoritmo será el interlocutor en la conversación capaz, además, de elaborar un texto elaborado con precisión en lo que se tarda en descorchar una botella. Me horroriza y así lo digo y me quedo en minoría. Puede que el algoritmo sea listísimo antes incluso de llegar y esté generando un gran número de adeptos. Más horror aún. Insisto en el hecho de que la llegada de la inteligencia artificial a los medios de comunicación, a la literatura y a todo lo que tiene que ver con la capacidad de dialogo y la reflexión, puede que no sea tan buena noticia porque puede dar paso a la uniformidad, a la falta de libertad, a la falta de creatividad. Y mientras me quedo sola en mi discurso, sobre el peligro que entraña un artilugio como ese, pico la última aceituna que queda en el plato. ¿Quién comanda la inteligencia artificial? Puede que al final esa nueva inteligencia sea Dios, o se convierta en Dios, o yo qué sé. Pero la realidad es que, lista o no, se abre camino para quedarse y puede que incluso sea ella quien escriba los libros que leeremos, si es que con el tiempo seguimos leyendo. Una verdadera desgracia que me afloja las ganas cuando pienso que por el camino de la asepsia racional se perderá el talento, la creatividad y la posibilidad de bucear en el proceso creativo del autor a la que a veces nos vemos empujados los lectores. Puede que incluso se pierda el criterio propio y sea sustituido por del ente que se esconde tras el artificial artefacto. Puede que entonces los escritores de verdad, los que se mantengan alejados del contrahecho algoritmo, se conviertan en la verdadera resistencia buscada por el lector que escapa del reglón predeterminado.
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