domingo, 19 de enero de 2025

CONGA. QUERIDO JOHN (VIII)

 



Querido John. 

Si quisiera ponerme espiritual diría que pronto cumplirás años allá donde estés. Pero me queda poca espiritualidad. Creo que la quemé casi toda la última vez que sople las velas de ya no recuerdo que cumpleaños. Debí desear algo que hizo plof y se me acabó la mecha.

Ayer, desde la azotea de la oficina, vi una bandada de patos volando hacia el sur.  Puede que hagan parada en los humedales que hay cerca del aeropuerto, aunque puede que con suerte se desvíen y esquiven la mala fortuna de terminar sus viajes machacados por la turbina de un avión.

A veces, la turbina de un avión puede que no sea mala cosa. Si me escucharas decirlo, te reirías ante la brutalidad y la dramatización de algo que ya no digo, para que no crean que tengo unas intenciones suicidas que no he tenido nunca.

Llueve. Aunque debería nevar por el frío que hace. Frío por fuera y frío por dentro. Que la cosa se nos ha puesto menuda y, desde que ya no estás para mí, la temperatura ha caído unos cuantos grados y ya no los levanta ni Dios. Siempre quise saber más y en la sinrazón estaba una razón que me escondiste siempre. Menudo lío. Pusiste patas arriba el desván y te fuiste dejándolo hecho unos zorros. Eso no se hace. Después ya no hubo quien volviera a colocar la quincalla donde tocaba. Diría que la vida se convirtió en un festival que a mí, durante un tiempo, me dio poca risa. Ahora ya no lo sé.

Querido John. Nadie nos avisó de que la vida era eso que iba pasando mientras se producía un escape en el agua del piso de arriba que destrozaría la mitad del tuyo como una representación hostil de la propia vida. Tampoco nos avisaron de que a padre o a madre, da igual, se les iría la cabeza hasta el punto de que verían en ti a un desconocido lejano y fiero. Y olvidaron advertirnos, también, que ese hijo, fruto de un corazón ansioso y una tripa ahora ya seca, te odiaría a ratos, con la ferocidad de una adolescencia que intenta encontrar explicaciones donde no las hay y que tú nunca le podrás dar. Querido John, menuda barbaridad de década. Esto sí que es una conga.

Siempre tuya.

Grace




jueves, 2 de enero de 2025

¡OH, OH!


 

Me dijeron que no sabía cuando iba a llegar, que todo viene por carretera y que, con el tema de la huelga de transporte, la guerra de Ucrania y todas esas cosas incontestables que pasan, es difícil saber cuándo algo llegará a su destino. No es consuelo. La guerra de Ucrania, olvidada ya, va camino de los tres años y aquí no hay muerto que haga temblar la conciencia de aquel que le puede poner fin. Negra noche, blanca noche.  

Reviso el correo electrónico con demasiada frecuencia y cuando paso frente a  la estafeta de Correos, miro de reojo, haciendo ver que no quiero ver, como si eso sirviera de acelerador de deseos. A estas alturas, ni ha llegado y que empiezo a pensar que ni llegará. C’est la vie, mon cheri, me digo mientras doy por perdidos los euros que aboné.

Mis pies levantan las hojas de los almeces que se han desnudado demasiado tarde. Se me llena la nariz de un polvo que me hace estornudar sin parar. Horas después, sigo intentando que el malestar me deje vivir, pero no. Ya no hay primaveras ni otoños de verdad, pero quedaron ancladas en el invierno y en el propio verano las malditas alergias que solían acompañarlos. Una penitencia como otra cualquiera, como la del paso del tiempo, que nunca es exacto, pese a que la métrica intente engañarnos y nos vendan que cada cierto tiempo empezamos de nuevo.

Y en el engaño global del año nuevo, quiero colocar el reloj a cero; maldecir todos esos incontestables que arrasan con cualquier cosa; encerrarme en casa una semana, o más; olvidarme del correo electrónico, y dejar de sonarme la nariz ya desollada, mientras lloro la desaparición, ahora ya para siempre, de un paquete que tenía que llegar a casa por Navidad, como el turrón.