Durante años he sido una
europeísta convencida. Nada conseguía bajarme del empecinamiento del que cree a
pies juntillas que la única manera de afrontar el progreso democrático es con
la unión de los divergentes que pretenden un fin común. Creía yo, en el
bienestar, la democracia, la libertad, la seguridad y la búsqueda consciente
del bien común. Ahí es nada. Todo empezó en un bar, como casi todo. Frente a un
café, frente a un tipo por el que me temblaban las carnes y frente a un parcial
de una asignatura que tenía atravesada desde primero de carrera. Hoy día,
tantos años después, cuando el café que tomo es descafeinado, el tipo por el
que me temblaban las carnes dejó que las suyas temblaran por otro tan guapo
como él, sigo convencida de la importancia de una Europa fuerte, una Europa
unida pese a que a veces nos salga un poco rana. Puede que pertenezca a esa
clase de personas a las que cambiarles el ideario cuesta más que arrancarle una
muela sana.
Veo una Europa vieja y cansada que, con su mastodóntica burocracia, nos está dejando unas pasmosas muestras de ingenuidad y pasividad de las que no vamos a salir indemnes. Aun así, sigo creyendo que no podemos decaer en la idea de lo que queremos ser. En particular, anhelo una Europa fuerte, de valores sólidos, con una defensa hasta lo indecible de los principios democráticos sobre los que se ha construido y unas estructuras que no la conviertan en un mamut medio muerto.
Quiero seguir pensando, como dijo Steiner, y he repetido cientos de veces, que «Mientras haya cafés, la “noción de Europa” tendrá contenido», aunque en este momento, por soberbios y un poquito engreídos, nos toque tomarlo descafeinado y con el mundo cabeza abajo.
Veo una Europa vieja y cansada que, con su mastodóntica burocracia, nos está dejando unas pasmosas muestras de ingenuidad y pasividad de las que no vamos a salir indemnes. Aun así, sigo creyendo que no podemos decaer en la idea de lo que queremos ser. En particular, anhelo una Europa fuerte, de valores sólidos, con una defensa hasta lo indecible de los principios democráticos sobre los que se ha construido y unas estructuras que no la conviertan en un mamut medio muerto.
Quiero seguir pensando, como dijo Steiner, y he repetido cientos de veces, que «Mientras haya cafés, la “noción de Europa” tendrá contenido», aunque en este momento, por soberbios y un poquito engreídos, nos toque tomarlo descafeinado y con el mundo cabeza abajo.
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