El tiempo no pasa. El tiempo vuela y no lo hace en un avión de
papel, ni en un globo aerostático, sino en un cohete a una velocidad
supersónica. Ayer, una señora me mostraba el inicio de un mechón canoso donde
antes no existía y un pecho un tanto flácido donde antes estaba la réplica de
Afrodita A. Referirse a Afrodita A, el alter ego femenino de Mazinger Z también
es muestra de una memoria y recuerdos añosos. El espejo, como el que me
mostraba a esa señora que soy yo, no es más que un objeto que te pone frente a
la realidad del transcurso de un tiempo que fue y que no va a volver. El día a
día te va dejando pistas para que no olvides que el tiempo no es maleable, que
avanza sin remisión para todo el mundo. Desde hace semanas, en los
andenes de la línea de metro hay colgado un anuncio de la “Fundación Josep
Carreras contra la leucemia”. Aparece la imagen de un anciano, unos niños, dos
adultos vestidos de médicos. El mensaje, entiendo, es la leucemia que puede
afectar a cualquiera y colaborando juntos podemos dar batalla a la enfermedad. Nada
llama la atención ni por exceso ni por defecto. Pero no es el mensaje lo que me
lleva a que, día tras día, reparara en su existencia, sino que era alguna otra
cosa que ahora ya sé que es. El anciano, muy anciano que aparece en la fotografía,
es el propio Josep Carreras. Puede que solo los que tengan algún interés en la
ópera lo recuerden. De la imagen de aquel atractivo tenor que encandilaba
al mundo y que en la cresta de su carrera fue diagnosticado de una leucemia que
afortunadamente superó, apenas queda nada. Hoy es un anciano, con una historia
espectacular a sus espaldas, que sigue contribuyendo económicamente a la
investigación de la enfermedad que lo retiró de los escenarios y presta su imagen para que nada caiga en el olvido.
Hoy, bajando nuevamente al andén, tropiezo de nuevo con la
imagen del anuncio. La señora del espejo que habita en mí reconoce al venerable anciano, así que inclina levemente la cabeza, para evitar el dolor en la cerviz,
y con un deje de nostalgia y cierta fascinación que le cuesta evitar, susurra un “seguimos”.