Empiezo el día con un donut de
azúcar y un café solo. Lo pido a plena consciencia, sabiendo que esta semana
cumplo más años que el atún en lata y que, como muestra de la crueldad del
primer mundo, mi endocrina ha decidido que no hay mejor fecha para enfrentarse
con las cosas de cada uno que fijar la visita médica en el día del cumpleaños.
Mis cosas, tus cosas y las cosas de todos, son un ovillo complejo que se enreda
y que bien merecen un donut, sea de azúcar o de chocolate, si el lío es gordo. Un donut a tiempo siempre nos salva de pegarle
un tirón a la madeja que se cargaría el lío moruno de una manera extraordinariamente
ruda. Enfundarse un donut, que se va
directamente allí donde la espalda pierde el nombre, es un buen antídoto contra
la barbarie primigenia que todos llevamos dentro, pese a los endocrinos.
miércoles, 24 de septiembre de 2025
BARBARIE
viernes, 12 de septiembre de 2025
PURGATORIO
Llegaba tarde, pero aun así entre
corriendo al baño de la primera planta para recolocarme las medias, peinarme un
poco y enviar un último mensaje de despedida. Reconozco que no muy amable, pero
era el último y, después de enviarlo, pensaba borrar su número por siempre
jamás. Y fui expeditiva, rápida, veloz y envié un “Muérete imbécil”, seguido de
un emoticono en forma de berenjena. Me recoloqué la falda justo antes cruzar la
puerta, con el corazón latiendo a mil por hora, y las medias torcidas a la
altura de los tobillos. Priorizar el desamor tiene como resultado que la cabeza se
dispersa y uno olvida incluso lo principal. Me esperaba y no parecían de muy buen humor. Veinte
minutos son suficientes para que quien espera se moleste y te reciba como si
llegaras con un sobre de purgaciones o el mejor ántrax del mercado negro. Me
esperaban porque no les quedaba otra, porque era yo la que había ido a recoger las
maquetas a la otra punta de la ciudad. El caso es que llegué (tarde), y con un
cuidado extremo coloqué sobre la mesa el diminuto prototipo en el que estábamos
trabajando. Ahí acababa mi encargo. Ya lo teníamos sobre la mesa. Lo siguiente
ya le tocaba a otro, así que me senté y me limité a perderme en mis cosas. Y
ahí estaba, pensando que tal vez no tenía que haber borrado el número tan
rápido, que tal vez debería de haber esperado a confirmar con el azulísimo doble
“check” que su “muerte” y el “que te den”, ya habían sido recibidos. Y ahí
seguía, en mis cosas, cuando del fondo de la sala me llegó un murmullo y vi, al
levantar la cabeza, ocho pares de ojos clavados en mí, mientras mi jefe, con idéntico
hermoso nombre que el interfecto que tenía que recibir el recadito, mostraba la
pantalla de su móvil a la galería y, con voz poco caritativa, me animaba a
abandonar el purgatorio, sin sueldo, claro.
jueves, 4 de septiembre de 2025
ESPEJO, ESPEJITO MÁGICO
El tiempo no pasa. El tiempo vuela y no lo hace en un avión de
papel, ni en un globo aerostático, sino en un cohete a una velocidad
supersónica. Ayer, una señora me mostraba el inicio de un mechón canoso donde
antes no existía y un pecho un tanto flácido donde antes estaba la réplica de
Afrodita A. Referirse a Afrodita A, el alter ego femenino de Mazinger Z también
es muestra de una memoria y recuerdos añosos. El espejo, como el que me
mostraba a esa señora que soy yo, no es más que un objeto que te pone frente a
la realidad del transcurso de un tiempo que fue y que no va a volver. El día a
día te va dejando pistas para que no olvides que el tiempo no es maleable, que
avanza sin remisión para todo el mundo. Desde hace semanas, en los
andenes de la línea de metro hay colgado un anuncio de la “Fundación Josep
Carreras contra la leucemia”. Aparece la imagen de un anciano, unos niños, dos
adultos vestidos de médicos. El mensaje, entiendo, es la leucemia que puede
afectar a cualquiera y colaborando juntos podemos dar batalla a la enfermedad. Nada
llama la atención ni por exceso ni por defecto. Pero no es el mensaje lo que me
lleva a que, día tras día, reparara en su existencia, sino que era alguna otra
cosa que ahora ya sé que es. El anciano, muy anciano que aparece en la fotografía,
es el propio Josep Carreras. Puede que solo los que tengan algún interés en la
ópera lo recuerden. De la imagen de aquel atractivo tenor que encandilaba
al mundo y que en la cresta de su carrera fue diagnosticado de una leucemia que
afortunadamente superó, apenas queda nada. Hoy es un anciano, con una historia
espectacular a sus espaldas, que sigue contribuyendo económicamente a la
investigación de la enfermedad que lo retiró de los escenarios y presta su imagen para que nada caiga en el olvido.
Hoy, bajando nuevamente al andén, tropiezo de nuevo con la
imagen del anuncio. La señora del espejo que habita en mí reconoce al venerable anciano, así que inclina levemente la cabeza, para evitar el dolor en la cerviz,
y con un deje de nostalgia y cierta fascinación que le cuesta evitar, susurra un “seguimos”.
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