jueves, 4 de septiembre de 2025

ESPEJO, ESPEJITO MÁGICO


 

El tiempo no pasa.  El tiempo vuela y no lo hace en un avión de papel, ni en un globo aerostático, sino en un cohete a una velocidad supersónica. Ayer, una señora me mostraba el inicio de un mechón canoso donde antes no existía y un pecho un tanto flácido donde antes estaba la réplica de Afrodita A. Referirse a Afrodita A, el alter ego femenino de Mazinger Z también es muestra de una memoria y recuerdos añosos. El espejo, como el que me mostraba a esa señora que soy yo, no es más que un objeto que te pone frente a la realidad del transcurso de un tiempo que fue y que no va a volver. El día a día te va dejando pistas para que no olvides que el tiempo no es maleable, que avanza sin remisión para todo el mundo. Desde hace semanas, en los andenes de la línea de metro hay colgado un anuncio de la “Fundación Josep Carreras contra la leucemia”. Aparece la imagen de un anciano, unos niños, dos adultos vestidos de médicos. El mensaje, entiendo, es la leucemia que puede afectar a cualquiera y colaborando juntos podemos dar batalla a la enfermedad. Nada llama la atención ni por exceso ni por defecto. Pero no es el mensaje lo que me lleva a que, día tras día, reparara en su existencia, sino que era alguna otra cosa que ahora ya sé que es. El anciano, muy anciano que aparece en la fotografía, es el propio Josep Carreras. Puede que solo los que tengan algún interés en la ópera lo recuerden.  De la imagen de aquel atractivo tenor que encandilaba al mundo y que en la cresta de su carrera fue diagnosticado de una leucemia que afortunadamente superó, apenas queda nada. Hoy es un anciano, con una historia espectacular a sus espaldas, que sigue contribuyendo económicamente a la investigación de la enfermedad que lo retiró de los escenarios y presta su imagen para que nada caiga en el olvido.
Hoy, bajando nuevamente al andén, tropiezo de nuevo con la imagen del anuncio. La señora del espejo que habita en mí reconoce al venerable anciano, así que inclina  levemente la cabeza, para evitar el dolor en la cerviz, y con un deje de nostalgia y cierta fascinación que le cuesta evitar, susurra un “seguimos”.