martes, 25 de noviembre de 2025

Diario 3.0

 


El día que se inventó el WhatsApp la humanidad aceleró su carrera hacia la nada ampulosa y estúpida. No todo se puede decir por un aplicativo, o sí, ya no sé. Ahora las malas noticias pueden escribirse desde donde sea y, de la misma manera, recibirse mientras estás sentado en la taza del WC. Con las buenas puede pasar lo mismo pero, por lo general, para las buenas nuevas, la gente prefiere levantar el teléfono o citarte y de esa manera alegrarse doblemente. Mantengo una extraña relación con la aplicación en la que tengo bloqueada a casi toda la agenda, aplicando un explícito “contigo no bicho”, sin importar el género del titular del número bloqueado. Y vivo bien, sin sobresaltos, sobre todo cuando voy al baño.


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Me peleo con el cajero automático. He iniciado el proceso tres veces. Pido seleccionar billetes porque tengo que sacar treinta euros. No quiero cincuenta, pero la máquina está empeñada en que tengo que vaciar la cuenta más de lo que yo quiero y solo me ofrece billetes grandes. Reinicio la operación de nuevo, mientras insulto al aparato. Le llamo cerdo capitalista, destructor de economías modestas y, de nuevo, parece el mensaje de marras. La disponibilidad solo es de billetes de cincuenta. Al final, opto por ir contra mi propia necesidad y arranco el billete con tanta fuerza que estoy a punto de quedarme con la mitad en la mano y la otra entre los diente del expendedor. La maldita máquina quiere joderme bien el día. 

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Un día te levantas. Todo normal, y como el que no quiere la cosa, te enamoras. Y ese estado, anómalo y trastornado, te penetra como una bala hasta lo más profundo de la cabeza y se instala allí para hacer de las suyas. Y, de golpe y porrazo, la vida se pone patas arriba, pero te da igual porque tienes la hormona loca, y nada es importante, salvo esa locura en la que andas flotando, porque la luz es otra, y todo queda cubierto por la pátina viscosa que deja el enamoramiento sobre todo lo que toca. Y te da igual, los cuarenta, los cincuenta, los sesenta, porque la chispa, que solo alimentas tú, te saca de tu insignificancia mientras sabes que, en realidad, la estás cagando. 





domingo, 16 de noviembre de 2025

DIARIO 3.0


 

Había perdido mucho peso desde la última vez que se vieron. Su espalda al desnudo era un camino marcado de hitos y sobresaltos. Desde entonces la curiosidad se le había instalado en la punta de los dedos y desde ahí, desde la curiosidad, sus dedos recorrieron aquella especie de raspa animada como si de esa manera, a través de sus manos nudosas, se la pudiera llevar con él.

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Si alguien me preguntara cómo hay que vivir, le contestaría que como si montará en bicicleta. Mirando hacia delante y con determinación. Yen modo “bonus track” le diría un poquito más, y le añadiría que en ese pedalear constante no olvide de dónde viene, ni lo que se encuentra por el camino, porque ahí está lo que se es.

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Puede que en el vagón hubiera cientos de personas. Aquel tren, parecido a una lombriz enferma, se componía de un único vagón articulado que iba lleno hasta la bandera. Agarrada a la barra central, sujetaba el libro sin poder cambiar de página. No podía moverme y me quedé clavada en “Resulta curioso que pueda construirse una vida a partir de los desechos de otra persona”. Tener los ojos verdes y la desgracia de otro pisándote los talones.


 

martes, 4 de noviembre de 2025

NAGASAKI

 


Llevaba unos cuantos días con el ánimo entre excitado y agotado porque, después de meses preparando mi salida de mi trabajo, había llegado el día. Después de vivir en un estado permanente de alerta durante tanto tiempo, por fin había llegado la hora de soltar la bomba, decir adiós y seguir adelante. Y esa mañana, la de la bomba, mientras me tomaba el primer café de la mañana, ordenando el pensamiento sobre el modo en que iba a montar mi propio Nagasaki, me vino a la cabeza el primer día que llegué. El tiempo pasa tan rápido que los trienios, los quinquenios, se sumaron para quemar las ganas y ahora, ya con los pies fuera, la sensación es extraña y los recuerdos raros. Y ahí, entre sensaciones un tanto extrañas, contradictorias, ordeno, de nuevo, parte de una vida que está más próxima a terminar que otra cosa. Y ahí, empaquetando los recuerdos de años de trabajo y dedicación, me doy de bruces con Elizabeth Loftus, las falsas memorias y la creación fantástica de recuerdos de cosas que jamás han existido y que creemos que sucedieron a pies juntillas. Nuestro cerebro es una máquina caprichosa, capaz de modificar, enterrar o crear recuerdos de una manera artificiosa, pero aparentemente tan real que asusta.
Por eso, mientras dejaba que Nagasaki se convirtiera en un erial ungido de sorpresa y estupefacción, en mi cabeza se mecía una película de amor en mitad de la Castellana, mientras por ahí, entre cajas de cartón y memorias USB, explotaba la doceava bomba de protones, y la Loftus pudiendo confirmar sus teorías.