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lunes, 14 de julio de 2025

SHANGAI



Son las seis de la mañana y la humedad es terrible. Me espera una jornada de triple salto mortal y tirabuzón. Empaqueto al adolescente (¿A qué edad se pasa esa especie de patología rara y, por suerte, transitoria?); sin problemas en el embarque, paso el relevo. Siguiente. Medicación bien; tensión regular; nota pegada en el frigorífico con lo que tiene que tomar a mediodía y un “luego te veo” con beso en la frente. Siguiente. Mire doctor, de verdad que la sordera no es selectiva. Antes sí, ahora no. Volveré en seis meses, gracias. Siguiente. Entre el sudor que ha decidido liberarse de mi cuerpo mundano, camino por la Diagonal en busca de un café con hielo como premio de consolación. Los hielos son diminutos y Leyva lloriquea en tecnicolor en una pantalla gigante. ¡Menuda alegría! Busco en la agenda del teléfono el nombre apropiado para darle la turra. La parte de mi cerebro, que aún funciona, repite que no son horas. Son las ocho y media. Sudada y cargada, me acoplo en el oído el aparato que me costó un pastizal y ni siquiera es la panacea.
Suena el móvil. Mientras descuelgo me entran unas ganas atroces de contestar con un "mira que yo soy capaz de hacer lo que me propongas, incluso largarnos a Shangai con lo puesto". Aún no son las nueve y media.



domingo, 29 de octubre de 2023

LA NADA NADEA



Finales de octubre. La combinación de sandalias con jerséis de cuello vuelto no es lo único desconcertante. No piso La Ciudadela desde hace años. Queda demasiado lejos de casa, demasiado lejos de todo. Me sorprendo al descubrir que el parque se ha convertido en una zona de acampada de los que no tiene nada y que conviven con los que, al otro lado del mismo parque, se deslizan venenosamente por las alfombras del Parlament. Es la sociedad del "De ésta saldremos mejores", que ha resultado salir más infantilizada y déspota.Me doy una vuelta haciendo tiempo para que lleguen los demás. Tengo que encontrar la zona del parque infantil. Hemos quedado allí pese a que no va a venir ni un solo niño. El futuro era de ellos, pero ya no sé si pensar que es el futuro que está desaparecido, o si son aquellos niños, que ya no lo son, los que han salido por piernas escapando de lo que se veía venir. El panorama es desolador. Pero no quiero estropear el día, porque hace mucho que lo espero, porque tengo ganas, porque me apetece mucho, porque a veces el refugio tiene nombre propio. Y empiezo a organizar mi propio discurso interior con un manido "No sois vos, soy yo" para intentar convencerme de que está mierda que palpo no es real, que soy yo. Yo y mis cosas. Aunque yo qué sé. Me ordeno pensar algo positivo, algo como las deliciosas galletas de La Veleta que alguien traerá, como ya es tradición; que el pelo me ha quedado fantástico y que la última resolución de Naciones Unidas es un canto a la nada. Me siento en un banco, el que tiene menos mugre de todos los que hay en el paseo, estiro las piernas y escucho la última lista de reproducción. Empieza a ser hora de cambiar los auriculares si no quiero que se caigan de viejos. Pasan las pistas, una tras otra y me quedo quieta, escuchando y esperando. La nada nadea mientras octubre se estira. Mientras el mundo se muere un poco más cada día; mientras me pierdo entre los setos que huelen a orín y desgracia. Se acerca el día de difuntos y algunos aún se remojan en el estanque entre condones y urea. El sol cae a plomo, el asfalto se muestra temblón. Dan ganas de volver a casa, tirar la llave al río y seguir un rato más en la ignorancia buscada. Al final, gana la nada.