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viernes, 18 de enero de 2013

BERLIN



Cuando empecé a trabajar, no me gustaba llevarme trabajo a casa, prefería perder mis días libres y desplazarme hasta la oficina y allí, sin más ruido que el de mi propio teclado, el del aire acondicionado y el goteo intermitente de la máquina del café, enfrascarme en lo que tuviera que hacer, alargando lo que fuera necesario. 

Pero las cosas han cambiado, aunque no en lo esencial: lo que tiene que salir, tiene que salir, sí o sí. Sin embargo, puede que sea la pereza, la comodidad, o alguna extraña necesidad, la que me impide cruzar el umbral de la oficina fuera del horario habitual. Pero lo inevitable, es inevitable, así que no hay fin de semana que no acabe convirtiendo mi casa y mi antaño “mesa de proyectos innombrables por inespecíficos”, en una prolongación de mis desvelos profesionales.


Hace un frio tremendo. A mis pies, cerca del radiador, descansa Dalhman. Las carpetas se acumulan una sobre otra en un complejo equilibrio que amenaza con sembrarlo todo de papel, mientras en la ventana se condensa la humedad de un invierno atronador, y el vaho del que expira no sin cierto cansancio. Paso la mano y no dejo rastro de la frivolidad que, en un ataque pueril, tracé al comenzar la tarde. Siento una envidia tremenda del gato.


Enfrente, se enciende la luz. Carlos, mi vecino, se sienta en su mesa, junto a la ventana. Sus montañas de papel son como las mías, podríamos bautizarlas como ”las colinas del adiós”.  A modo de saludo, levanta la mano con la que sostiene un taza y con la cabeza señala su propia orografía.

Nos espera una mala tarde, o no, ¿Quién sabe? A veces saberse acompañado sin más, incluso en la distancia, siempre es buena cosa.


Ahora necesito un café, escuchar el goteo de la vieja cafetera y recogerme el pelo. Hace frio y “las colinas del adiós” que pueblan mi casa, no se rinden. Berlín tampoco.


viernes, 17 de abril de 2009

MUJERES Y CUOTAS, NO.


En nuestra sociedad, especialmente, en el ámbito político, se está aplicando el sistema de cuotas para que las mujeres accedan a puestos de responsabilidad. El sistema de cuotas supone que, tanto sí como no, un numero determinado de personas, en este caso mujeres, van a ocupar un numero determinado de puestos de responsabilidad por la simple condición de mujer como principal mérito. 

Soy contraria al sistema de participación de la mujer, en la vida social, en cualquier ámbito, por cuotas. A los puestos de responsabilidad, de dirección, gestión, o lo que sea, se debe acceder por meritos propios, por valía personal y profesional. Creo que el sistema de cuotas nos minusvalora como mujeres, pues no tiene en cuenta el grado de preparación o formación de la mujer sino que, lo que básicamente se le toma en cuenta, es si dispone de vagina o de pene. Sí, así de grosero y así de claro. Para que las instituciones funcionen, la sociedad sea verdaderamente progresista, no debe contemplarse un sistema de cuota, sino que lo que debe hacerse es remover aquellos obstaculos sociales y educativos que nos llevan a pensar que hombres y mujeres no tenemos la misma capacidad, preparación o formación para asumir idénticas obligaciones, deberes o responsabilidades.

Creo firmemente en la valia de las personas por si mismas, con independencia de su sexo. Lo anterior puede dar lugar a que por ejemplo todo el Consejo de Ministros de un país pueda estar totalmente formado por hombre o totalmente formado por mujeres, en función de que los que opten a tales cargos estén más o menos preparados, y ello no debe escandalizar a nadie, pues lo que debemos primar es una administración competente y efectiva. El sistema de cuotas lo único que provoca es que en ocasiones, sin ninguna necesidad, tengamos al frente de las instituciones a verdaderos tochos sólo para dar cumplimiento a las malditas cuotas. 
Para muestra un botón, observen nuestro Consejo de Ministros y, como yo, pensaran que el sistema de cuotas es una verdadera mierda.