"La primera pequeña mentira que se contó en nombre de la verdad,
la
primera pequeña injusticia que se cometió en nombre de la justicia,
la
primera minúscula inmoralidad en nombre de la moral,
siempre
significarán el seguro camino del fin".
Vaclav Havel
Algo huele a podrido desde hace
mucho tiempo y uno no puede evitar preguntarse por el germen de las revoluciones.
En casi todas ellas, la insatisfacción de los ciudadanos que de un modo
extremadamente lacerante sufren la opresión de quienes dirigen los designios de
sus estados, de sus reinos. Giramos la cabeza y aquella revolución francesa que
nos parece tan lejana, producto del conflicto social y político entre los
partidarios del llamado Antiguo Régimen y los que abogaban por una nueva forma
de gobierno, no nos parece tan lejano.
Los medios hoy son otros, quizá no haga falta derramar litros de sangre por el camino, ni haga falta tomar la Bastilla, pero el germen del cambio ya está servido y alguien debe empezar a pensar en tomar los mandos de un nuevo sistema y dejar atrás un modo de gobernar que se ha agotado en sí mismo.
Los medios hoy son otros, quizá no haga falta derramar litros de sangre por el camino, ni haga falta tomar la Bastilla, pero el germen del cambio ya está servido y alguien debe empezar a pensar en tomar los mandos de un nuevo sistema y dejar atrás un modo de gobernar que se ha agotado en sí mismo.
Esta vez, si la anestesia no
termina con nosotros, no va ser menos. El aborrecimiento por la clase política,
al que hemos llegado a través de la manipulación de las ideologías para
salvaguarda de intereses espurios, sucios, encaminada a que la casta gobernante
(inculta, nefasta y con falta de vocación de servicio que la política de per se implica), se enriquezca a costa
de los sufridos ciudadanos, no puede dar lugar
a otra cosa que a certificar la muerte de nuestro actual sistema de
gobierno, de un sistema de representación parlamentaria de listas cerradas más
que caduco, etc. Un sistema corrupto en lo económico y en lo ideológico, desleal
con la voluntad del ciudadano a la que se desdeña una vez alcanzadA la
capacidad de decidir o de influir de modo decisivo en la decisiones a adoptar.
Pero la degradación de nuestra
clase política no es un mal que sólo a ella asola. No nos engañemos, ellos son
la muestra, elevada a la máxima potencia, de la gente de a pié, de nuestra
sociedad. Aún hoy, cuando clamamos, con toda la razón, contra la putrefacción
que, día sí y día también, de modo interesado nos muestran los medios de
comunicación que están al servicio de la mano (política y empresarial) que les
da de comer, no es extraño escuchar aquello de “con IVA o sin IVA” a la hora de
girar o pagar una factura; ni que algunos simulen gravedad en sus afecciones
para conseguir que se le reconozca una prestación que en derecho no les
corresponde; que se sigan cobrando las ayudas de la Ley de la Dependencia
cuando el dependiente ya ha fallecido; o que se arriende una vivienda y no se
declaren los ingresos obtenidos por ello. Este es el país de la picaresca, de
la palmadita al hombro al golfo que con gracia nos la mete doblada. De ahí que
esos polvos trajeran estos lodos.
No estaría de más que, junto al
continuado bramar contra el sistema, entonáramos un mea culpa consciente y tras
ello, “armarnos” y darle una vuelta a todo el sistema como si fuera un calcetín
sin dejar que la descomposición y bajeza moral nos engulla de un modo
definitivo.
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