domingo, 18 de enero de 2015

THE SOUFFLE



Tongoy opina que en general las historias de amor no son historias sexuales,
sino historias de ternura. Dice Tongoy que la gente no entiende de eso o,
 aunque sea sólo durante diez minutos, no quieren entenderlo.



La percepción que cada uno tenemos de las cosas suele ser bastante distinta. Esa diferencia está en la perspectiva, en la posición, que ocupamos al respecto de esas cosas y en la mochila que cada uno cargamos a nuestra espalda. La subjetividad en la apreciación de la gravedad o simpleza de un hecho dependerá en parte de la experiencia previa y del lugar en el que nos colocamos. Podemos magnificar, sobredimensionar, incluso convertir en nada lo que vivimos en función de todo lo anterior, de la posición y de lo acumulado. Lo mismo ocurre con la felicidad.

La felicidad es un concepto relativo al que nadie ha podido dar cabida, darle contenido, porque la felicidad como estado natural es el embuste que termina por sumergir a aquél que pretende hallarla, y mantenerse en ella, en una especie de fantasma que arrastra una bola imposible. Desconfío de los que se dicen en estado de felicidad permanente porque me temo que estamos incapacitados para ello. La complacencia permanente no puede ser más que el reflejo de una mente acomodaticia, idiotizada que se limita a mantenerse en los márgenes de lo convencional, de lo que no necesita reflexión, de lo que nos convierte en unos necios aborregados.

El transcurso del tiempo, y de la propia experiencia personal, es una de las realidades que transitan como una apisonadora y modifican nuestra propia manera de ser, de entender la vida. Es por eso que llegados a la edad madura solo podemos esperar disfrutar de algunos momentos buenos, sabiendo que éstos son efímeros, porque la vida es precisamente eso, un acontecer fugaz, finito. Sabiendo que cada minuto que pasa, cada persona que aparece en nuestra vida es la oportunidad de aceptar, sin estridencias, los cambios que nosotros mismos producimos en el mundo, en definitiva, en nosotros mismos. Envejecemos, porque estamos vivos, porque durante el transcurso de nuestro tiempo, ese que no sabemos cuánto va a durar, la vida nos proporciona algunos momentos grandiosos y otros tremendos. 

La felicidad, como tal, no existe. Una de las maneras de evitar las frustraciones con el pasar de los años es asumir que la cosa va a así, que debemos disfrutar y sufrir sin estridencias, intentando no convertirnos en seres resentidos ni idiotizados que guardan en el libro de afrentas de la vida, la imposibilidad de llegar a un estado de felicidad permanente, porque ese es inexistente desde que el hombre es hombre; y aceptar las derrotas, al igual que las victorias, con cierto desapego.

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