No me gusta la gente que nunca ha tropezado ni caído.
Su virtud es sin vida y no vale mucho.
La vida no les ha revelado su belleza.
El hombre se construye a base de gestos repetidos, costumbres
individuales o generalizadas por los que nos antecedieron en el
tiempo. Es por eso, por pura costumbre, que ante la inminencia del cierre de
una etapa, de un periodo, de un año, realizamos balance sobre lo habido y lo
que debería haber habido. Los balances contables, con su "debe" y su "haber", se parecen un poco a esta
recapitulación que hacemos sobre nuestra vida cada vez que se acerca el final
de algo. Sin embargo, cuando se empieza a pensar en el transcurso del tiempo
como en una sucesión encadenada que no se fracciona nunca, la necesidad de
hacer balance deja de precisar de espacios temporales concretos y queda para momentos
vitales determinados que marcan un antes y un después en el acervo de cada uno. Por eso es pura casualidad que en
estos momentos, coincidiendo con el final del pasado año y el inicio del actual,
quiera reconocer y reconocerme algunas metidas de pata espectaculares, algunas faltas de tino
y, porque no decirlo, alguna andanada que ha podido doler. No me escondo de
ello. Todos damos y todos recibimos, a veces de una manera oportuna y en otras,
menos deseables, mucho menos oportunas.
Decía Rojas Marcos en una artículo
publicado hace unos días sobre cómo ser mejor persona (y así titulado también)
que “solo las personas singulares se detienen y tratan de rectificar y limar
algunas aristas de la vida personal”. Mientras lo leía me preguntaba si
la “singularidad” del individuo es previa a la capacidad de pararse (a pensar)
y rectificar, o si esa “singularidad”, a la que Rojas hace mención, se alcanza
precisamente cuando uno es capaz de pararse (a pensar) y, si toca, rectificar
(porque no siempre pensar nos conlleva a rectificar nada). La que suscribe cree que
es precisamente lo segundo, porque la singularidad en sí misma, prima facie, no
existe.
Las aristas forman parte de la
condición humana por eso aunque se pare y se rectifique, las aristas siguen ahí
porque éstas, por su propia naturaleza, crecen al amparo del desarrollo
personal de cada uno, engordando a la sombra de la repetición de comportamientos
y emociones y, casi siempre, esos costados rugosos y punzantes son el terreno
sobre el que se abonará parte de una manera de ser y de entender la vida que en
ocasiones nos aproximarán a la mezquindad y en otras a la grandeza.
No hay comentarios:
Publicar un comentario