Si no sabes qué decir al entregar el ticket, habla del tiempo.
Paul Auster
Me dirigí hacía la Gran Vía, un rodeo excesivo para volver a
casa. Si me cansaba pronto, siempre me quedaba la opción de coger un autobús.
Pero cuando caminas pensando no son los pies quienes te llevan, suele ser otra
cosa distinta, por eso no sabes bien si el paso es calmo o si vas más deprisa de
lo habitual. Te cruzas con personas a las que no ves, porque tus ojos solo
sirven para no terminar bajo las ruedas de un camión, pero para poco más. Lo que
ves, a lo que pones palabras, está dentro de ti. Al llegar a Universidad
giré. Miré el reloj, había tardado menos
de quince minutos en llegar hasta allí, demasiado poco para tanto trecho. Una
prisa patética, si lo pensaba bien, porque no había necesidad alguna. Busqué en
el bolsillo, encontré un caramelo de regaliz que debía llevar ahí desde
principios del invierno, me lo puse en la boca y chupé. No ha muerto y esa es una gran noticia. El paso se volvió lento por sí solo,
como la respiración que nos mantienen vivos. Nada ha cambiado, al menos entre
Gran Vía y Viladomat. Anda y calla.
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