La ausencia del deseo de vivir no basta para tener deseos de morir.
Michel Houellebecq
Volvieron a despedirse, pero esta
vez no se miraron a la cara. Utilizaron el sencillo sistema de la asepsia, de la
corrección fingida, de la contención del reproche. Un agradecido hasta siempre. Subió
al coche, aún conservaba el golpe en
la puerta de atrás. Fingió sentirse feliz, levantó la mano mirando por el retrovisor y sonrió, pero no
engañaba a nadie. Los ternos lucidos, el color alrededor y la maraña de sentimientos
contradictorios frente a la tranquilidad.
La tarde pasó así, oscilando entre la calma de la despedida y el
jaleo contenido en la víscera. Puede que nos veamos en Nápoles, o en Estambul, nunca se sabe, le había dicho. Se suponía que de esa manera todos
quedaban contentos, tranquilos. Pero faltaba la substancia y, con toda seguridad, un paseo bajo la llovizna de una primavera
indefinida.
No hay comentarios:
Publicar un comentario