lunes, 31 de octubre de 2016

QUERIDA GRACE (II)


El motivo no existe siempre
 para ser alcanzado,sino para servir de punto de mira.
Joseph Joubert





Te debía una carta, lo sé. Lo sé tanto como sé que llevo aparcando este momento desde hace meses, porque no sé ni cómo comenzarla. Empiezo de un modo sencillo, habitual, con un “querida Grace” que fluye porque es la única certeza que ahora mismo tengo. Pero a partir de ahí, una piedra gigantesca sujeta mi mano sobre la mesa y soy incapaz de escribir ni una sola letra. A veces, consciente de la promesa hecha, pasando por delante de aquellos quioscos llenos de estúpidos recuerdos de esta ciudad, he estado tentado de enviarte una postal, con un simple saluda, para que supieras que no me he olvidado de ti. Pero ni siquiera eso ha sido sencillo.

Helen se fue. Quizás ya lo sepas, aunque sé que no por mí. Se fue demasiado rápido aunque puede que a ella le pareciera una eternidad. Hay enfermedades que matan con una velocidad irreal. 

Ahora me siento viejo y cansado, quizá un poco más viejo y más cansado que la última vez que te escribí; un loco que mata las horas mirando el poco cielo que se ve desde esta ventana. Tampoco ahí arriba pasan demasiadas cosas. La desesperanza habita más allá del piso treinta y seis. Eso sería un buen poema, pienso, así que te regalo el título para que no un día lo escribas. Algunos días, una bandada de gansos cruza el pequeño triangulo que queda libre ahí arriba y pienso en las grandes migraciones y en lo pequeños que somos todos.
Nunca quise tener hijos y hoy, cuando ya podría ser algo más que abuelo, echo de menos a aquellos que jamás existieron, aunque sé que es una fantasía pasajera, una de las locuras del viejo en el que me he convertido. Tienes suerte Grace, tus hijos son tu presente, pero también serán tu mañana; a mí me queda un perro que difícilmente me sobrevivirá y un mar de horas en el que empañar la vejez. Quizá debería hacer como tú, sumergirme en el laberinto de las vueltas del tambor de las lavadoras, en los cristales que hace meses que nadie limpia y sentir que la actividad es el motor de la vida. Quizá de esa manera volvería a sentirme medianamente humano. Algo más que un cuerpo que puede escuchar las ensordecedoras sirenas que a todas horas cruzan el río Hudson, más que un cuerpo al que se le despierta el apetito de vez en cuando. El tiempo manda, pero ahora más que nunca. Querida Grace, ¡qué difícil es vivir a veces! 

Siempre tuyo, John.










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