El motivo no existe siempre
para ser alcanzado,sino para servir de punto de mira.
para ser alcanzado,sino para servir de punto de mira.
Joseph Joubert
Te
debía una carta, lo sé. Lo sé tanto como sé que llevo aparcando este momento desde hace
meses, porque no sé ni cómo comenzarla. Empiezo de un modo sencillo, habitual, con un “querida Grace” que fluye porque es la única certeza que ahora mismo tengo. Pero a partir de ahí, una piedra
gigantesca sujeta mi mano sobre la mesa y soy incapaz de escribir ni una sola
letra. A veces, consciente de la promesa hecha, pasando por delante de aquellos
quioscos llenos de estúpidos recuerdos de esta ciudad, he estado tentado de
enviarte una postal, con un simple saluda, para que supieras que no me he
olvidado de ti. Pero ni siquiera eso ha sido sencillo.
Helen
se fue. Quizás ya lo sepas, aunque sé que no por mí. Se fue demasiado rápido aunque puede que a ella le
pareciera una eternidad. Hay enfermedades que matan con una velocidad irreal.
Ahora me siento viejo y cansado, quizá un poco más viejo y más cansado que la última vez que te escribí; un loco que mata las horas mirando el poco
cielo que se ve desde esta ventana. Tampoco ahí arriba pasan demasiadas cosas.
La desesperanza habita más allá del piso treinta y seis. Eso sería un buen
poema, pienso, así que te regalo el título para que no un día lo escribas. Algunos días, una bandada de gansos cruza el pequeño triangulo
que queda libre ahí arriba y pienso en las grandes migraciones y en lo pequeños
que somos todos.
Nunca
quise tener hijos y hoy, cuando ya podría ser algo más que abuelo, echo de
menos a aquellos que jamás existieron, aunque sé que es una fantasía pasajera,
una de las locuras del viejo en el que me he convertido. Tienes suerte Grace,
tus hijos son tu presente, pero también serán tu mañana; a mí me queda un perro
que difícilmente me sobrevivirá y un mar de horas en el que empañar la vejez.
Quizá debería hacer como tú, sumergirme en el laberinto de las vueltas del
tambor de las lavadoras, en los cristales que hace meses que nadie limpia y
sentir que la actividad es el motor de la vida. Quizá de esa manera volvería a sentirme
medianamente humano. Algo más que un cuerpo que puede escuchar las
ensordecedoras sirenas que a todas horas cruzan el río Hudson, más que un
cuerpo al que se le despierta el apetito de vez en cuando. El tiempo manda,
pero ahora más que nunca. Querida
Grace, ¡qué difícil es vivir a veces!
Siempre tuyo, John.
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