lunes, 5 de junio de 2017

LOS OJOS DE BETTE DAVIS


Quaeris, quot mihi basiationes
tuae, Lesbia, sint satis superque.
quam magnus numerus Libyssae harenae
lasarpiciferis iacet Cyrenis
oraclum iovis inter aestuosi
et Batti veteris sacrum sepulcrum...


Catulo





El tiempo se ha detenido. Las sábanas todavía húmedas, que una noche de fiebre, las deja convertidas en un fardo sucio, le cubren a medias. El aire conserva el tufo de un cuerpo que exuda molicie y padecimiento. Abrir las contraventanas para que se cuelen los primeros rayos de sol mientras perdura la nada y seguir durmiendo.

Escuchar el silencio enloquece. Las horas mudas pasan poco a poco y ahí fuera, en otro mundo que se desdibujó hace ya mucho, hombres y mujeres se disputan la vida. Pero aquí, en el infierno de la enfermedad, las ventanas siguen entornadas, apenas se respira. No queda espacio para nada más. Y la opción, la única posible, se desvanece cuando entierras la cara entre los almohadones para que nadie te escuche lamentar nada, absolutamente nada.





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