Quaeris, quot mihi basiationes
tuae, Lesbia, sint satis superque.
quam magnus numerus
Libyssae harenae
lasarpiciferis iacet
Cyrenis
oraclum iovis inter
aestuosi
et Batti veteris
sacrum sepulcrum...
Catulo
El tiempo
se ha detenido. Las sábanas todavía húmedas, que una noche de fiebre, las deja convertidas
en un fardo sucio, le cubren a medias. El aire conserva el tufo de un cuerpo
que exuda molicie y padecimiento. Abrir las contraventanas para que se cuelen
los primeros rayos de sol mientras perdura la nada y seguir durmiendo.
Escuchar el silencio enloquece. Las horas mudas pasan poco a poco y ahí fuera, en otro mundo
que se desdibujó hace ya mucho, hombres y mujeres se disputan la vida. Pero
aquí, en el infierno de la enfermedad, las ventanas siguen entornadas, apenas se
respira. No queda espacio para nada más. Y la opción, la única posible, se desvanece cuando entierras la cara
entre los almohadones para que nadie te escuche lamentar nada, absolutamente
nada.
Sí, me ha gustado mucho. Es certero, muy certero.
ResponderEliminarUn abrazo.
Muchas gracias Kenit.
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