Parece consternado, deshecho por la noticia.
¿Por qué iba a importarle tanto ahora,
después de todo estos años de silencio?
Paul Auster
Quizá cuando dijiste que era tarde, que había anochecido demasiado pronto, en realidad, aunque tal vez no lo supieras, te estabas despidiendo. Sobre la mesa dormían unas cuantas copas de vino que nadie había retirado y en el poso flotaban los restos de la ceniza de un cigarrillo que se consumió horas antes. Asomado a la terraza, observando los camiones recogiendo los escombros del día, alguien dijo que sus ojos contemplaban la más extraña de las metáforas.
El tiempo ha sido generoso pero nos ha convertido en la sombra de lo que años atrás pensábamos ser. Somos restos, algo parecido a la carcasa del sofá chusco que los operarios lanzan dentro de la caja del camión. No es una metáfora, es la realidad de la que nos escondemos siempre tarde, siempre mal. Dijiste que tu cuerpo se había transformado en una sepultura como cualquier otra, pero nadie te creyó y a veces pienso, que ni siquiera tú mismo lo creías. La ví contemplar tu pelo cano, tus manos encallecidas y tus pies hinchados, intentando buscar algo que confirmara tu teoría de la autodestrucción a la que había derivado la conversación. ¡Hay que joderse con la vida! Lo pensé y sé que lo pensaste también, como sé que lo guardaste para ti, como aquel otro cuento sobre que toda historia tiene cuatro esquinas, tres esquinas muertas y la cuarta, desde el inicio de los tiempos, no es más que en una vía de escape, la que utilizan los tristes para sentarse a dormitar. Nadie entendió nada y el silencio se convirtió en el incómodo invitado de una velada tan absurda como inoportuna. No nos volvimos a ver.
Y qué me dices de esos colchones con un mapamundi dibujado, abandonados en cualquier esquina.
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