El periodismo consiste
esencialmente en decir.
Gilbert Keith Chesterton
He tenido la santa paciencia de leer el editorial del "New York Times" para saber qué es eso que tanto ha alegrado a la Generalitat, a los secesionitas catalanes, y tanto
revuelo ha causado en las redes sociales por su apoyo al referéndum en Cataluña
y su oposición a la independencia. Y lo
de la paciencia puedo decirlo ahora después de leerlo. Empieza a ser
realmente cansado que, en relación a este tema, se hable con más falta de
información que otra cosa y previo poner el cazo para escribir cualquier cosa, incluso que un
elefante rosa sobrevuela el cielo cada noche cuando cae el sol, si es necesario.
Una mentira repetida cien mil veces no se convierte en
verdad, pero puede hacer mella en muchos que no tienen el más mínimo interés en
conocer el fondo de nada y se dejan convencer por el renombre de quien, previo
pago, decide escribir la más inmensa de las majaderías.
En Cataluña,
unos cuantos, que no son la mayoría, abogan por la independencia de España y
pretenden llegar a ella pese a quien le pese, ilegalidad mediante, y sin pensar que su proyecto no es un
proyecto común. El aparato propagandístico trabaja sin descanso desde hace décadas, desde que la familia Pujol expoliaba a todo el mundo enarbolando la bandera del nacionalismo.
He de reconocer que si no fuera porque vivo en este país desde que
nací, que lo hice cuando Franco aún era el jefe del Estado, que viví la ilusión
de mis mayores durante primeras elecciones y que la promulgación de la
Constitución fue un paso de gigantes hacia la libertad, creería vivir en un país reprimido, ocupado y oprimido bajo la bota una dictadura que amenaza con
terror constante; un país sin opciones políticas en el que el Parlamento no fuera
elegido por sus gentes; un país en el que mostrar un pensar diferente al del régimen llevara a los huesos del opositor a estrellarse contra el suelo de una celda, como en Venezuela por decir algo.
Pero resulta que he
vivido y vivo en un país que, pese a algunos, tiene sus grandezas. Un país que ha conseguido sobreponerse a grandes desdichas y problemas. Pero somos, también, un país con grandes contradicciones y miserias. Por eso hay algunos que por buscar cualquier apoyo, incluso los más sucios, recurren, sin rubor alguno, a sacarse la foto con aquellos que diezmaban la vida de sus conciudadanos y los hacían vivir en el terror constante. Esos que ahora, cuando ya no les queda un aliento a sus nueve milímetros parabellum y aprovechando que los muertos siguen en
sus cajas, pretenden dar lecciones de democracia sin que les caiga la cara de
vergüenza.
En Cataluña, en la que la Ley de desconexión ya se ha aprobado, el referéndum que tantos mentan es solo una pamema que pretende victimizar a los secesionistas. Es vergonzoso ver como se aprueba n reformas legislativas para evitar
el debate parlamentario, la aprobación de normas inconstitucionales mientras la crisis económica y asistencial se ceba sobre
la gente de la calle. La grandiosidad de algunos proyectos espanta.
Y en ese país que algunos imaginan terrible,
antidemocrático, la legalidad existe aún hoy. El estado de Derecho debe protegernos de
alucinados y enajenados que, a saber qué
motivaciones tiene, pretenden socavar, no sólo la historia, sino la pacífica
convivencia entre la gente de bien. Por eso repugna hasta la saciedad el
retorcimiento interesado que algunos hacen de la situación real que
vivimos.
No todo vale y no todo es
cierto aunque se publiquen en un panfleto internacional con cierto renombre. Una
mentira repetida cien veces seguirá siendo mentira.
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