Algunas mujeres hacen que parezca facilísimo eso de renunciar a la ambición, como si fuera un abrigo caro que se ha quedado ya demasiado pequeño.
Departamento de especulaciones
Jenny Offill
Fue ayer, al volver
a casa, cuando me paró Juan para entregarme los periódicos. Se los pagué y le
encargué que esta próxima semana vuelva a guardarlos. El próximo viernes,
cuando vuelva a casa, se los recojo de nuevo. Le compro prensa atrasada que sé
que no leeré porque cuando me los dé ya lo habré hecho de cualquier otra
manera. Pero es la costumbre y, de alguna manera, una especie de pacto conmigo
misma para que se mantenga abierto el quiosco de la calle en la que vivo.
Cuando ya me iba hacia casa, me llamó de nuevo, le habían dejado nota para que
pasara por la farmacia, allí tienen algo
para ti, me dijo. La vida de barrio tiene estas cosas, los vecinos te conocen y
puedes encontrarte encomiendas por cualquier sitio. No me molesta, en absoluto.
Unos metros más allá, entré en la farmacia. La boticaria, un encanto de
mujer, me saludó más amable que otras veces si cabe. Compré un par de cosas y hablamos
de la semana y de que en el patio me esperaban tres cajones de plástico con un
buen surtido de plantas que eran para mí. Cruzamos la rebotica mientras me cuenta
que estos días que he estado fuera a Paquita se la llevaron de urgencias. Duró
un par de días. Los estiró como pudo hasta que llegaron sus hijos y sus nietos
para despedirse y entonces se fue. Ayer cerraron el piso y sus pocas cosas fueron
retiradas sin hacer ruido, algunas repartidas según ella quiso y el resto a
saber. Una semana y el telón se baja del todo. El
propietario debe andar frotándose las manos, un alquiler de renta antigua menos. Recojo
dos de los cajones y le digo que volveré a por el tercero antes de que cierre.
Esta mañana de sábado,
antes de que el sol empezara a apretar para continuar con una tremenda tormenta,
he replantado la lavanda, la menta, la albahaca, la citronela y el tomillo.
Mientras hundo las manos entre la tierra, acomodando las raíces con cuidado,
les deseo larga vida; y a Paquita, que vivió como le dió la gana desde que perdió a su
marido cincuenta años atrás, que encuentre la paz que siempre quiso y
que a veces jugaba al escondite entre los tiestos de su balcón. Algunas herencias no
precisan más certificado de últimas voluntades que el deseo de uno y las ganas
de otro.
Todas esas plantas huelen muy bien, y tienen presencias y recuerdos. Hay plantas que pueden hablar, si tú
ResponderEliminarles hablas.