Bajo la luna
El
tigre de oro y sombra
Mira
sus garras.
No
sabe que en el alba
Han
destrozado a un hombre...
Jorge Luis
Borges
Estamos viviendo en un momento de
lo más complejo desde todos los puntos de vista. El descontento es
generalizado y la sensación de hastío es ya tan profunda que
parece difícil que volvamos a levantar cabeza en los próximos años. No hay
manera de sustraerse al pesimismo generalizado y cuando uno se tapa los oídos con fuerza para intentar no desgastarse en exceso y vivir rodeado de las cuatro cosas y personas de su día a día, se queda cojo,
falto de una realidad que apremia por las costuras. La ruina se cuela por cualquier resquicio. La falta de una perspectiva
y de un conocimiento cierto del sentir de las gentes en momentos anteriores nos
hace creer que vivimos lo peor, pero quizá nuestra visión sea solo una desilusión óptica deformada por el desgaste. Nuestras condiciones, en esta parte del mundo, son mejores que hace cincuenta años. La gran mayoría no pasa hambre, los niños están escolarizados, nos morimos en los hospitales de puro viejo y
nuestra pobreza da risa a los que cruzan el Mediterráneo en busca de una
oportunidad que allí no tenían y que difícilmente tendrán aquí. Nos invade un
sentimiento de desencanto profundo. Levantar la vista y mirar al frente no
mejora las cosas. Vivimos en un momento extraño, un momento relativo que observamos con el ojo ciego de la historia. Arreglar el
desaguisado moral en el que hemos caído no parece estar al alcance de nadie.
Vamos cabeza abajo y solo queda buscar refugio en las pequeñas
cosas, en las que nos permitan pensar y creer que no todo está perdido. Hay
días que vivir hacia fuera es muy difícil y solo es posible mitigar el
desconcierto si uno aprieta el botón de apagado de casi todo y uno se enrola en una conversación interminable con un café entre las manos, o llega a casa y se encama con aquellos que más
quiere esperando que el mañana sea más liviano y huela menos a pesadumbre.
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