Junto a la ventana, yo hojeo estas páginas,que de improviso, pequeñas gotas en el océano de lo vivido, me parecen pobres e inadecuadas hasta para transcribir ni siquiera en este momento de serenidad.
Verde Agua. Marisa Madieri
Las vistas siguen siendo de pena. Decenas de tendederos con ropa de verano
tendida. Ropa liviana, descolorida, que pasa de temporada en temporada porque
lo de la playa nunca pasa de moda y se usa poco. Pone el reloj en hora antes de salir, girando la rueda
demasiado menuda para sus dedos. Hora todo es digital menos su reloj. Es lo
único que conserva de su padre. Cada día hay que darle cuerda y antes de irse
a trabajar, frente a la puerta, la hacer rodar hasta que ya no gira más. Ahora
está de vacaciones, pero al tiempo eso le da igual y reclama su ración de cuerda,
aunque no haya prisa, ni urgencias que cuadrar en un horario infernal, por eso
se para frente a la puerta le da cuerda y sale cerrando de portazo.
Alcanza la calle, mira a la derecha, a la izquierda, pero
no importa la dirección. Entra en el colmado y compra un paquete de tabaco que guarda en el
bolsillo superior de la camisa. La semana pasada, ahí había un bolígrafo y un
carnet plastificado sujeto al cuello por una banda elástica.
Se sienta en un banco del paseo, apenas nadie aprovechando las
pocas horas de fresco que tendrá el día. Pero los más madrugadores ya han colocado
sus parasoles en primera línea de mar. Una línea que es imposible de ver desde
su minúsculo apartamento incrustado entre la torre Norte y la torre Simbad. La suya es la torre almadraba. Menuda ironía del destino para alguien que nació en Cádiz y a donde no ha vuelto jamás. Desde allí es difícil saber si uno está está en el extrarradio de un ciudad de playa o en Montecarlo, aunque viendo
los tendederos la duda se disipa sin dejar rastro.
Cuenta las sombrillas, lo hace dos veces, de derecha a izquierda
y de izquierda a derecha. Lo hace por hacer algo, por rellenar el tiempo que
falta hasta la hora de encender el primer cigarrillo. Da unos golpecitos a la
esfera, parece que todo está detenido, el tiempo también y se aguanta las ganas,
el deseo de sucumbir a la enorme tentación de encender el primer cigarrillo
antes de la diez.
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