Después de más de media hora buscando un libro que podría jurar tenía sobre la mesa y, maldita sea, no encuentro, al final desisto. Esta tarde no se trabaja. Me da coraje y aunque repito dentro de mi que no lo voy a buscar más, que ya aparecerá, algo me empuja hacia el comedor, al dormitorio, al baño y al patio, y no por primera vez, para rebuscar entre mis "basta, ya aparecerá". No me gusta perder las cosas. Sé que está en casa porque trabajo con él desde el mini espacio en el que me ubiqué durante el confinamiento y que mantengo, aunque el teletrabajo quedó olvidado hace meses. Perder cosas dentro de casa no señala a una persona como desordenada, aunque algunos se empeñen metiendo cizaña. No es el desorden, sobre todo cuando pese a cierta anarquía hay un cierto orden que se sobrelleva. A veces es el automatismo. Alguno extraviamos por el automatismo con el que funcionamos a veces, por la perdida de atención en algunos momentos. Puede que alguien llamara a la puerta, cuando andaba con el en la mano y acabara dejándolo en cualquier sitio al ir a abrir; o que sonara el teléfono fijo por quinta vez para ofrecerme un cambio de compañía y que, también en ese caso, quedará por ahí mientras desconectaba el aparato de la roseta y porque, justo después, me puse a tender la lavadora de color que llevaba dos horas terminada. Yo qué sé. Aplicar la máxima de “cada cosa en su sitio y un sitio para casa cosa”, fue algo que mi padre, persona ordenada y de bien, nos repetía con frecuencia. El “sois muchos y el espacio es poco”, pensó que nos ayudaría a convertirnos en una especie de Maries Kondo hispánicas, pero no, en mí no caló el mensaje. Mientras escribo esto, porque me siento bloqueada para seguir con lo que tenía que emprender esta tarde, pienso en que, tal vez, por el automatismo que en ocasiones me invade, lo acabé colocando en el bolso, de cualquier manera, pensando en terminar algunos párrafos cuando me fui a tomar un café esta mañana. Pero sé que entonces, después de charlar con dos vecinos que acaban de volver a la ciudad después de unos años expatriados, he comprado el periódico y un ejemplar del Hola para redimirme del castigo que supone leer alguna prensa y me he tomado un café bajo los últimos rayos de sol de este verano que se acaba. Y puede, solo puede que, acomodado el bolso en una silla, del que se cayó y todo fue al suelo (porque esta Marie Kondo siempre lleva la cremallera abierta), quedara arrinconado por debajo de alguna mesa de la terraza, oculto para mí que ya solo estaba para alucinar con Ponce, el torero. El orden es una virtud, no lo voy a negar. Facilita la diligencia, eso seguro. Sé que el remedio a estas cosas que me pasan, que igual pierdo un libro, que una camiseta, que olvido renovar la firma digital, es estar en lo que estoy. Pero la naturaleza es la que es, y la mía también. Y aunque ya me lo dice mi instructor de yoga: "Noire, lo que importa es la consciencia", yo de naturaleza rebelde, sigo perdiendo cosas en casa e inspirando y expirando pensado en el tráfico de la Gran Vía.
No hay automatismo. Hay cosas que se cambian solas. A veces uno se levanta por la mañana y la cosa no está allí, lo notas por ese cerco libre de polvo. No lo dudes, hay cosas que tienen vida. Un abrazo.
ResponderEliminarDebe ser eso porque hay veces que no hay quién lo entienda.
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