“Desde el momento en que uno tiene vida interior, ya está llevando una doble vida.”
La vida secreta de las palabras. Isabel Coixet
- Estoy
seca. Abro un documento de Google y empiezo a anotar, con la aplicación de voz,
los libros que tengo en el despacho. Tengo que ordenar para dejar de comprar
libros que ya compré. Necesito poner orden. Sé que si buscara con atención encontraría
algún que otro listado que empecé en algún momento, pero me da pereza y es posible
que ni siquiera pueda identificar por dónde empecé. Así que mejor dar por
perdida aquella inversión ruinosa de tiempo y volver a comenzar de cero, guardando
el come-come que, con voz aflautada, me repite por dentro del cerebro que
volveré a abandonar la tarea sin llegar a listar nada de nada.
- El
jueves me llamaron para indicarme que fulanita había estado el martes con
menganito que ha dado positivo en Covid. Esa fulanita estuvo conmigo la tarde
del miércoles. Maldita normalidad. Hoy fulanita me confirma un negativo que la
alegra mucho pero que a mí me deja tiritando. ¿Qué sabemos del virus? ¿Qué
sabemos de nada?
- El
martes vuelvo a M. Espero que no llueva. A M siempre se está regresando y, a la misma vez, uno se va yendo sin parar. Tengo que volver a acostumbrarme a la vida nómada, aunque sea cosa temporal.
A esta altura de la vida, me cansa más de lo que quisiera. Levantar el
campamento con cuatro bultos para distribuirlos de manera que, una solución
habitacional, como decía aquella Ministra ya olvidada, se convierta en un lugar
confortable disfrazado de rincón apetecible. Allí no listaré nada, no tengo nada
que listar. Puede que invente nuevas costumbres que arrastraré arriba y abajo
para que los próximos meses pasen deprisa. No son tiempos para viajes. Me llega
en mala hora, en mala gana y en mala “todo”, pero me llega.
- Leo que Isabel Coixet ha ganado el premio nacional de cinematografía. Me alegro. Coixet casi siempre me hace feliz. Hace unas semanas compré un ejemplar de “No te
va a querer todo el mundo”, una recopilación de textos suyos que han ido apareciendo
en diferentes medios escritos. A Coixet se la quiere o se le tiene una manía espantosa,
ahora ya no solo por su obra sino también por su puesta en evidencia del nacionalismo
catalán excluyente. En el lado de las filias se escribe su nombre. Debo reconocer que me cogía de paso, que hacía el calor
asfixiante de una tarde de agosto, y que se me había colocado entre ceja y ceja el hacerme con un ejemplar para leerlo entre polos de cola y granizados de limón de
Mercadona. Mi verano ha sido muy limitado. Y entré, sabiendo que tener a Coixet
en sus estanterías sería algo sobrenatural, pero entré. Cogí tres o cuatro
libros y pedí el suyo. El dueño y tendero me miró con esa superioridad moral que
gastan algunos que aun no se han enterado que el amarillo da mal fario y me dijo que no, que no lo tenía. Dejé el resto de ejemplares
sobre el mostrador, le di las gracias y me marché. Ellos pueden vender lo que
quieran y yo, que soy la que pago, comprar donde me dé la gana.
- En abril
de este mismo año, corté dos tomates medio pochos y los regué hasta que conseguí
que crecieran unas pequeñas matas. Los trasplanté a una maceta y ahora dispongo
de un tomate, un solo tomate que ha vencido los riegos desordenados, una plaga
de bichitos y la contemplación incansable durante una primavera un tanto
triste.
- Tengo
un gato de la suerte, me lo trajeron de Usera. Lo coloqué en la cocina y allí
ha estado durante un par o tres de años. Ya no le funciona el brazo. El signo
de los tiempos impone tirarlo a la basura, pero una especie de Diógenes
romántico me lleva a limpiarlo y colocarlo sobre la encimera del baño. Igual
es cosa de la humedad, o el cambio de paisaje, pero horas más tardes, ahí está,
dándolo todo, brazo arriba, brazo abajo.
- Me
cruzo con una pareja. Los dos van tatuados. Él desde el cuello hasta los pies.
Ella solo la espalda, un tatuaje enorme que se escapa por fuera de la camiseta de tirantes que
lleva. No me gustan los tatuajes y me sorprende verlos en personas que los
llevan en lugares en los que ellas mismas no los pueden ver, excepto que utilicen
varios espejos. Supongo que tendrá una explicación a la que yo no llego, salvo
que lo de tatuarse en zonas inalcanzables a la propia vista sea un ejercicio de
exhibicionismo dirigido a terceros. Pero yo qué sé. El tatuaje, como dijo aquel,
no es para mí.
- He descubierto a Fudasca. Le escucho bebiendo café con hielo mientras me abanico con un suplemento dominical y repaso, de reojo, tu silenciosa existencia. La cosa ésta nos ha quedado como una copla.
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