domingo, 17 de enero de 2021

HOLOGRAMAS

 





Nos hemos acostumbrando a interactuar con personas a las que no vemos, incluso con personas a las que no conocemos. Comunicarse así no está mal, aunque nada tiene que ver con el cara a cara que permite percibir los mil matices de las cosas que en ese encuentro se cruzan arriba y abajo.  El avance tecnológico nos permite tener al alcance de la mano un montón de información que de otra manera no tendríamos y permite, también, sentirse cerca de personas que se encuentra a mil distancias que van más allá de la espacial. Pero lo que se pega a la pantalla no deja de tener algo de ficción. Una película que casi siempre inventamos a nuestra medida y necesidad, que busca bienestar e incluso cierto confort. ¿Queremos un mundo de ficción que nos sea hostil? Para nada.  Pero ese mundo de película casera, que confeccionamos cada día a base de tweets, de mensajes, de fotos y frases que lanzamos a las ondas, es frágil, efímero y casi siempre tan voluble como el tiempo. Poco peso y poco anclaje. Y esa cosa liviana que envuelve esta manera que relacionarse tiene mucho que ver con lo efímero y rápido que se sucede todo en el entorno virtual. Y es que, aunque lo virtual está muy bien, al final la piel es la piel. Y los gestos, los olores y la cadencia de los movimientos de la gente es fundamental. Las relaciones hay que cuidarla y a veces eso requiere de una importante interés y dedicación. Un acompañar en lo recíproco que en ocasiones pide de un abrazo enorme, de una risa compartida, incluso de una discusión fea y turbia. Las relaciones personales, de cualquier tipo, necesitan vida, aire, agua y un poco de swing, para que no se deshinchen como un globo de helio de Bob Esponja al final de una feria. Una vez leí un artículo de Isabel Coixet que empezaba con un “Los hologramas nos sangran” y algo de eso tiene la vida virtual y es que casi siempre desaparece al apretar el botón de apagar.



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