Vi las luces azules desde dos
calles antes de llegar. No me pareció extraño. En el último año nos hemos
acostumbrado a verlas a todas horas y ya no pensamos en nada. Seguimos y da un
poco igual. Y seguí, dándome todo un poco igual, pensando en que me tocaba preparar
la cena y que tendría que improvisar cualquier cosa. Fue al acercarme cuando lo
vi. La policía había acordonado parte de la acera y colocado una lona. El cuerpo
estaba cubierto con una manta metalizada. Nadie sabía nada, pero siempre hay
alguien que empieza a especular y las palabras empiezan corre como una lengua
de fuego. Sentí unos golpecitos por dentro a los que no puedo dar nombre y crucé
de acera. Nunca sabremos qué es lo pasa por la cabeza, durante los últimos
segundos de vida, de quien decide saltar por una ventana. Ese instante será
siempre desconocido. Entré en el portal y desde allí no pude evitar volver la
vista al extremo de la calle. Sobre la acera, seguía el cuerpo cubierto y me
pareció pequeño. Esa noche dormí mal. Por la mañana me acerqué a tomar un café
antes de ir a trabajar. La terraza estaba montada y dos personas desayunaban mientras
leían el periódico. La vida sigue y a veces sin que sepamos que es lo que
ocurre a nuestro alrededor. Escuché algunos comentarios y no dije nada. Pensé
que la vida tiene muchas aristas y no siempre dependen de cómo se mire. Morir, como vivir, no siempre es fácil.
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