Cuando uno mira con los ojos del
hoy el pasado que no conoció es capaz de pensar dos cosas muy distintas. Tan contradictorias
entre ellas que al ponerlas una frente a la otra puede dar un ataque de risa
bastante tonto. Existe una facción del personal que es capaz de pensar que vivimos
un tiempo maravilloso en el que hemos alcanzado unas cotas de libertad, bonanza
y bienestar difíciles de imaginar en otros tiempos. Pero existe otra banda, tan
numerosa como la primera, que considera que vivimos tiempos atroces, con un
retroceso brutal de las libertades, una desinformación dominante y una penuria futura
para las generaciones futuras que nuestros ancestros no cataron ni por
casualidad. Pero si nos colgamos de la cuerda floja del relativismo la
conclusión es que ninguna de las dos la posiciones es cierta. Nada fue tan estupendo,
ni nada fue tan tremendo, aunque es justo reconocer que la historia nos ha dado
momentos de horror que legitima a los que los han sufrido a pensar lo que les
venga en gana en relación a su antes y su después. El infierno se le plantó en mitad de la vida, sin
que nadie le invitara y se les despanzurró el presente y posiblemente el futuro.Pero todo es verdad y todo es
mentira. Vivir en el año 2023 no parece una gran proeza cuando uno lo hace
acomodado en el salón de su casa, con la calefacción puesta o incluso abrigado
con un forro polar, y puede levantarse hasta la nevera abrir una lata de
refresco, conectarse a las redes sociales y ciscarse en la madre que parió este
mundo cruel y desdeñoso, mientras se limpia las gafas con los bajos de una
camiseta n con una frase birriosamente del mundo del "wonderful". Pero todo es
relativo, vivir en el año 2023 siendo mujer en Afganistán, o en el mismismo
Irán, o vivir en el Donbás, por ejemplo, eso sí que es una gran hazaña. Las cosas no han cambiado tanto, solo se han sofisticado los
medios. Lo único cierto es que continuamos siendo los mismos cainitas, pero vestidos de domingo y con conexión
5G. Es lo que hay.
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