Corría el año 2017 y entonces ya empezamos a sospechar que algún día, sobre todo aquello que estaba pasando, vendrían a explicarnos lo que "realmente" ocurrió. Ya en aquel momento, también, empezamos a vislumbrar que el interés de unos pocos iba a blanquear la trascendencia que todo aquello tuvo y que tendrá. El parlamento autonómico se convirtió en la sede de la prevaricación y la corrupción con sus leyes de desconexión y el desconcierto y el temor se fue extendiendo como una mancha de aceite pegajosa. Tomaron las instituciones y lo tiñeron todo con sus lazos amarillosa e impusieron la omertá como principio. Quemaron las calles, quebrantaron la paz social y miles de cosas más que en lo particular convirtió el día a día en algo más que una incomodidad. La calle era suya y nosotros, los que no pensamos como ellos nos convertimos a través de su mala boca en unos colonos, unos ñordos, unos fachas, unos indeseables que no merecíamos vivir donde lo hacíamos porque siempre lo habíamos hecho o simplemente porque nos daba la gana. No fue fácil para casi nadie pero para algunos muy difícil. El señalamiento corría de boca en boca y tus vecinos se convertían en unos chivatos mal nacidos. Hoy, seis años después, todo aquél quebranto se niega incluso por los que lo sufrieron en su propia carne y es utilizado como moneda de cambio por quienes quieren ocupar el gobierno al precio que sea. El insulto, la humillación no tiene límites. Hablar de amnistía, de resolver políticamente las consecuencias jurídicas que conllevó a todo aquello es de una bajeza política sin límites. Porque ni el indulto, ni la amnistía, ni el cambio del Código Penal que tanto benefició a los que delinquieron contra su propio pueblo, nada tiene que ver con la concordia, ni con el mirar adelante. Tiene que ver con una megalomanía rayana a la demencia de quien se cree Dios, Padre y Espíritu Santo. El daño institucional y social de entonces fue muy grave, pero el de hoy, ejecutado por quienes deberían abanderar el Estado de Derecho, es de una magnitud cuyas consecuencias son difíciles de prever. La caída de principios fundamentales como la igualdad, la libertada, el respeto de la Ley y la separación de poderes, no puede dar lugar a nada bueno. Intentan confundirnos dividiendo a la ciudadanía en derechas e izquierdas, pero nada de lo que está pasando tiene que ver con eso. Viene tiempos aciagos. Agarrarse al poder con saña, despreciando a la mayor parte de la sociedad, no es propio de una democracia evolucionada donde políticos se encuentran al servicio de los ciudadanos y no al revés. Cuesta creer que nadie pueda poner coto a tanta locura. Mientras, los que nos quieren gobernar, arrimándose a lo más extremo, a lo más alejado de los derechos fundamentales, siguen jugueteando con todo aquello a un día despreciamos: el miedo, la falta de garantías y la libertad, entre otras cosas. Llega el tiempo de blanquearlo todo para que el futuro sea negro como la noche más cerrada. La deslegitimación ya es absoluta. Conviene no olvidar de dónde venimos y la responsabilidad que en ello tenemos. No vale que nadie nos intenté engañar inventando un relato conveniente para cabezas acomodaticias que han dejado de pensar y se mece entre una ideología que les anestesia sin respetar lo fundamental. Nosotros lo vivimos, estuvimos allí, no lo olvidamos y nos mantendremos en pie.
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