domingo, 10 de diciembre de 2023

SO TENDER



 

Me dejé la bolsa preparada ayer noche para evitar que, esta mañana, la pereza me forzara una excusa tan mala como la de tener que buscar las cosas y meterlas en la mochila. Al llegar apenas hay un par de personas. Se mueven a un ritmo tranquilo, acariciando el agua. Dudo si unirme a ellos y entre los tres convertirnos en un ballet de indolentes acariciadores que buscan en el agua la calidez que las sábanas de un domingo a primera hora no dan. Pero yo, valiente como la que más, salgo al exterior y mido la temperatura del agua con la punta del pie. Está bien para morir al entrar y volver a morir al salir. Se entiende que no haya nadie aquí fuera y se entiende también que el socorrista, que se aburre mientras vigila la nada, me mire regular. Su misión, más allá de matar las horas mirando al vacío, está el salvar a cualquier loco que en diciembre entre en la pileta y le dé un patatús. Pero no hay nadie y a mí me apetece mucho, aunque haga frío y el socorrista me mire regular. Podría desistir del empeño, volver al interior y seguir la coreografía de los que nadan ahí dentro. Pero ya estoy aquí, frente al podio de los perdedores, ya no hay vuelta atrás. Me apetece la soledad de la brazada y el silencio que hay aquí fuera. El agua antes clorada, ahora ya no, me devuelve la tranquilidad que cuando estoy fuera se me escapa por las costuras. Pienso en cosas absurdas y le voy dando al reproductor para que las canciones avancen un poco más deprisa que mis vueltas a la piscina. Nado escuchado música de jazz, una locura que diría cualquiera. Pero hace ya mucho tiempo que dejó de importarme lo que diga cualquiera. Doy un par de vueltas y me tumbo bocarriba, pero aguanto poco. El frío te rompe pese al agua climatizada. Me muevo con calma porque soy una Esther Williams venida a menos; porque soy como una aceituna dentro de un Martini y porque “So tender” me agita y me calma y me vuelve a agitar. Y necesito tumbarme panza arriba, otra vez, aunque los dedos de los pies y los pezones se me congelen, y el corazón se me parta un poco más antes de llegar a la otra orilla.





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