La paniculata es una flor menuda, nada ostentosa. De hecho, es una flor sencilla y su función, meramente decorativa,
queda relegada casi siempre a acompañar a otras flores mucho más vistosas. Pero la paniculata,
como suele ocurrir con las cosas pequeñas y puras, es preciosa por sí misma, aunque pueda parecer un poco cursi, y contribuye a
elevar el grado de bienestar desde el mismo momento en el que se fija la atención
sobre ella. Mai es la florista de referencia, la mía y la de medio distrito, y
me hace inmensamente feliz sin ella saberlo, sin reparar en que cada vez que
asomo a su quiosco, tan pequeño como abigarrado, mis niveles de dopamina suben
hasta casi reventar y convierte, un día brumoso, mentalmente pesado y
emocionalmente fluctuante, en algo totalmente distinto y medianamente convincente. La gypsophila, rotundo nombre científico de la flor en cuestión, combina
muy bien con las hojas de eucalipto, con los pensamientos oscilantes, con el deseo que se desliza entre medias verdades, con "Blue bolero" de Abdullah Ibrahim, y con el recuerdo temblón de su aliento ausente.
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