Todos somos el ombligo de nuestro propio mundo. Pensamos las cosas desde nuestro punto de vista y las interpretamos desde ahí, sin tener en cuenta que no existe una única versión de nada y que la nuestra la vamos moldeando desde nuestra realidad, nuestros sesgos e incluso desde nuestro estado de ánimo. Salirse de ahí, reconocer que lo que “vemos” puede que no tenga nada que ver con lo que otro “ve”, no siempre es sencillo. Hay un vídeo del profesor Fernández Bravo que lo explica de una manera muy sencilla y entretenida. Clicando sobre el nombre, se puede disfrutar del mismo. Una maravilla.
Muchos de los conflictos y de los malos entendidos provienen de no tener en cuenta que hay tantas versiones, opiniones y formas de hacer, como personas que las emiten. Ser consciente de la mirada de otro puede ayudar a entenderle y a buscar soluciones donde antes éramos incapaces de ir a encontrarlas. Hacer el ejercicio de intentar comprender por qué alguien actúa de un modo u otro, no es fácil y nos coloca muchas veces frente a un espejo del que rehuimos con frecuencia. Lo sencillo es dejar que la cosa fluya. Pero como todo lo fácil, es pan para hoy y hambre para mañana. El universo es global y avanza desde la discrepancia. Y es desde ahí, desde lo diferente, incluso lo opuesto, desde donde hay que buscar, incluso inventar, soluciones y medidas creativas que permitan la convivencia. Discrepar no puede significar eliminar o ningunear al otro. Los límites se encuentran en el respeto a lo fundamental: la vida, la libertad y la seguridad. Fuera de ahí, no hay nada.
Acoger la diferencia, aun desde el polo opuesto, acostumbra a ser un elemento enriquecedor. Del inmovilismo nunca nació nada bueno y de las patas en la espinilla cuando son gratuitas, tampoco.
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