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domingo, 14 de febrero de 2016

LOS PIES


Hay que gritar para hacerse oír allá abajo. Prefiero por tanto no decir gran cosa.
Paul Klee




Pasé cerca de las escaleras de Grossman Place. Sobre el último peldaño que corona la parte alta de la plaza, lo que parecía un cuerpo dormía en el suelo, envuelto entre un amasijo de  mantas y cartones. Llamaban la atención sus pies abocados al vacío sobre el escalón en el que el cuerpo permanecía tumbado. Calzaba lo que de lejos parecían unas deportivas blancas, limpias, con las suelas pulcras. Algo no casaba bien porque uno siempre espera que los cuerpos abandonados sobre las aceras, además de roña, arrastren toda la mugre que en sus suelas pueda caber. Pero éste, o lo que se dejaba ver de éste, llevaba lo que parecían unas zapatillas estupendas. Un contraste sorprendente e inexplicable, salvo que uno crea que todo es posible y que bajo aquel jergón, aparentemente piojoso, estuviera dormitando el director ejecutivo de cualquier multinacional que hubiera salido a correr y se hubiera tumbado a echarse un último sueño antes de volver a casa; o que un buen samaritano, recorriendo las calles en plena noche de insomnio, decidiera poner zapatos nuevos a cualquiera que encontrara por ahí. Un milagro más de la humanidad, o una estupidez pensada para acompañar la nota discordante que suponía encontrar, a esas horas del amanecer, un cuerpo amortajado por andrajos con unos zapatos rumbosos.

Me sorprendí, con el corazón batiendo palmas, acercándome para intentar desvelarme el misterio que, aun no sé el porqué, estaba decidido a desentrañar. Lo hice con cuidado, con un sigilo exagerado, no sé si para evitar despertar lo que demonios estuviera ahí o para evitarme un susto mayúsculo en el caso de que una cabeza apareciera mientras saciaba la venenosa curiosidad que ya tenía clavada dentro.  Camine unos pasos, subí los escalones y ahí, a mis pies, un maniquí desmayado cubierto por las restos de una lona publicitaria. En los pies, nada, solo la calcomanía precisa de unas deportivas que seguramente vendían unos portales más abajo. 






domingo, 20 de septiembre de 2015

REMAR CONTRACORRIENTE



Y, de repente, me vuelve el valor. Poco a poco me siento mejor y decido encender mi pipa. Macke me declara entonces su amistad. Hasta ese momento me había tomado por una suerte de monstruo perfecto y ahora resulta que fumo una apacible pipa.Algo de todo esto le parece terriblemente maravilloso.

Paul Klee -Diario de un viaje a Túnez-



Con el tiempo empezamos a descuidarlo todo, a olvidar como se olvida lo que se tiene cerca. Cada uno se coloca en la zona de comodidad que se construye con los cuatro mimbres que se tienen a mano. Algo así como una ciudad que se va quedando enclenque. Las grandes infraestructuras siguen estando donde estaban, pero solo de un modo aparente. Construir cuesta relativamente poco, mantener cuesta mucho, algo así como varios disparos a quemarropa en mitad del entendimiento y de la emoción. Lo enfermizo se instala en lo cotidiano como un estado natural. Y una mañana eres incapaz de reconocer la calle por la que cada día caminas; de encontrar, porque ya no está, la mano que te sostenía frente al precipicio. La ruina instalada, todo se tambalea y quieres sentarte. Sentarte para no perder nada de vista; para observar; para entender; para intentar recuperar lo que aún no sabes como se coló por el desagüe mientras vivías una vida de prestado. Reparas en los socavones de la acera, en lo mayor que estás, y cuentas los minutos, quizá las horas, que faltan para volver a besarle en la boca.