Los viajes largos en tren tiene la gracia, al menos para mí, que te permiten desconectar y perderte en tu mundo, con la ventaja que siempre puedes levantarte e irte a la cafetería. Me gusta viajar en tren. Casi podría asegurar que las decisiones más importantes de mi vida se maduraron en un tren (debo ser la única persona de este país que tiene algo que agradecer a los Ministros de Fomento, a ADIF y sobre todo a Maleni Álvarez que, con sus famosos retrasos me dió tiempo e imposibilidad de fuga para decidir, cerrar o abrir etapas).
Sin embargo, esta semana, el pasado, presuntamente cerrado en un tren, se me arrojó encima, sin posibilidad de fuga ni escape, en un vagon del AVE, en un asiento junto al mío.
No soy dada a la ensoñación, y la situación, ¿porque no decirlo?, se tornó complicada. La aparente naturalidad y mundanidad, es simplemente eso, aparente. Las conversaciones no terminadas siempre flotan en el ambiente, las cosas no dichas, sólo insinuadas, han levantado un muro, extraño muro, que por un momento empezamos a escalar. Algún problema debemos tener y no de comunicación precisamente. Conversaciones pendiente que así se quedarán.
Otro viaje, otro tren, ¿quien sabe?, posiblemente dé para otra reflexión y preguntarnos ¿que nos ha pasado?.
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