Tengo un mal despertar, lo sé. En mi cama, cada noche, se produce una transmutación que nunca me he explicado pues, no llego a entender cómo es posible que se acueste una persona y se levante la versión mutante y autista de la misma. Da igual que me acueste más alegre que unas castañuelas, más ardiente que la misma Pompeya o, como dice Sabina, más triste que un torero al otro lado del telón de acero. El caso es que al día siguiente, en mi cama, aparece un ser mutado que no adopta forma humana y decentemente comunicativa hasta que ha pasado por un refrescante ducha y se ha inyectado en vena dos cafés americanos. Y así soy yo. Lo anterior no tiene la mayor importancia cuando uno está sólo, pues ese trance entre el más allá y el más acá se supera a golpe de silencio y brazo de cafetera. Pero no es lo mismo cuando, Oh, Dios!!! has tenido compañía. Esta tara, la del solitario despertar, me ha traído más de un disgusto pues claro, es difícil hacer entender que estás colgadísima y que lo has pasado genial, aunque sea unas horas más tarde y mediante el lenguaje eterno del amor cuando, por culpa de la maldita tara, lo único que quieres es que al levantarte al partenarie le dé un ataque de afonía y te permita la reparadora ducha y el café deseado en silencio. Puedo asegurar que he intentado cambiar mi estado al despertar, más que nada para evitarme posteriores conversaciones que hacen sentirme ridícula, pero mucho me temo que el paso de los años y mi pasotismo postcoital me lo hacen imposible. Así que, aviso a navegantes, por las mañanas, hasta después del café SILENCE PLEASE.
No hay comentarios:
Publicar un comentario