Abracadabra, pata de cabra.
Casi nadie cambia demasiado a lo
largo de la vida. Los años solo son un elemento que agrava o suaviza
determinados rasgos de carácter e incluso del comportamiento. Nadie cambia en
exceso y por eso somos capaces de
reconocer a otro, en su forma y en sus modos, pese al transcurso del tiempo. Cuando dejamos de hacerlo de una manera absoluta detrás de ese
cambio, que nos descuadra del todo, hay alguna circunstancias que trastocó su biografía aunque lo ignoremos. A grandes rasgos somos los
mismos para siempre. La alegría y el optimismo siempre estuvieron allí; lo mismo que
la angustia y la pesadumbre, aunque a veces no lo parezca porque la falta de
experiencia vital, la edad (por mucha o por poca) y la vida, en definitiva, nos preservaba, o multiplica, la intensidad de las emociones, la definición de nuestros propios rasgos, pero nada más. Por eso es difícil esconder, a aquellos
que nos conocen, lo que guardamos cada uno de nosotros.
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