Me gusta que me busques pero que no estés seguro de que vas a encontrarme.
Antonio Muñoz Molina
Enredó los pies entre los suyos. Buscaba más la cercanía que
aplacar el frío que sentía. Esperó un movimiento, aunque fuera ligero, que
denotara que todo quedaba olvidado, que aún quedaba un resquicio por el que
colarse aunque fuera estrechando las miras que en un principio manejaban.
Insistió empujándolos con delicadeza hasta encontrar la curvatura de su
espalda. Allí estaba el todo. Recordó los momentos en los que aquella
misma cama les había convertido a uno en
la prolongación del otro y supo que aquella respiración que ahora se
acompasaba con la suya era la que quería tener siempre cerca. Ya no recordaba cómo
había empezado la última discusión, algo intrascendente buscado como una excusa
para expulsar el veneno que llevaban dentro. Pero ahora, cuando los trastos
restaban ardiendo junto a la mesa del salón, buscó su nuca para inspirar su
olor y saberse a salvo. Respiró y en duermevela sintió que sus manos cálidas, como sus pies, se acoplaban entre sus muslos y supo que todo
estaba bien.
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