"Volvimos a hacer el amor y debíamos de estar cansados porque cuando me desperté había pasado, por lo menos, dos horas. Temblaba de frío y Jamila dormía todavía profundamente con la mitad del cuerpo bajo la sábana".
Hanif Kureishi
Entro en modo hámster, vueltas y más vueltas hasta la
extenuación. La voz que proviene de las rodillas, de las yemas de los dedos, murmura
por lo bajo que no habrá paz para los malditos, que no habrá paz para ti, ni para mí.
Anochece un día más, la marea pegajosa se escapa de las cajas de madera y de las redes empapadas de salitre viejo. El mar se embravece en algún sitio que no ves. Se ha estropea
el calentador del agua, y la rueda gira a una velocidad de vértigo. No
queda cerveza fría en la nevera, ni poesía, ni una brizna de aire fresco. Echo de menos la luna, y echo de más las risas
histriónicas de las noches de verano que se cuelan por el balcón. En modo incontinente
empiezo un discurso con expresiones que no son mías, que no reconocería aunque
quisiera adoptarlas. A dos manzanas
de casa empiezo a arrepentirme de haber salido, hace tanto calor. Miro el
teléfono, quedan horas para que amanezca. Subo el volumen de los auriculares. Por
debajo de la música se oye un zumbido, el chirrío de unos frenos y vuelve el silencio que nunca lo es en esta ciudad. El aire se ha contamina más de lo normal, medio neumático flota entre la calima y en unos segundos en mis pulmones. En el hueco
de un platanero exhausto, alguien abandonó un anunció de crema solar. Faltan unos cuantos pavos reales para que la
escena sea conmovedora. L’amour est un oiseau rebelle. Quiero vomitar.
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