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lunes, 24 de agosto de 2020

CANCIÓN TRISTE DE VERANO




«La vida discurre tediosamente, nada ocurre durante meses, hasta que un día de pronto, todo, quiero decir todo, se va a la mierda y se pone patas arriba»

El buda de los suburbios. Hanif Kureishi





Me despierto con dolor de cabeza, es algo así como un crepitar constante, como si el cerebro fuera a desplazarse y estuviera tomando la medida del rincón en el que piensa acomodarse. Decido quedarme en la cama un rato más a ver si de esa manera consigo que vaya desapareciendo o que se coloque donde se tenga que colocar. Pero primero me todo un ibuprofeno con un gran vaso de agua, levanto la persiana y esperando que entre algo de aire. Aun es oscuro. El verano empieza a decaer, en la luz se nota. Amanece tarde, oscurece más pronto. El ciclo de la vida. No soy muy consciente del momento en que me he dormido, pero sé que lo hecho durante largo rato porque el reloj marca las nueve cuando me vuelvo a despertar. Tengo que ir a trabajar, pero me cuesta levantarme y las ganas se han ido de vacaciones con el resto de la familia sin que yo las acompañe. Este verano me cuesta todo. Pero por lo visto es un mal generalizado del que no vale la pena quejarse porque no se pasa, se acrecienta ante la protesta. Debe ser cosa de la crisis mundial o del arrastre poco productivo en el que ando y por el que no hay día en que no me entren unas ganas feroces de cerrar el ordenador, la puerta del trabajo, la puerta de casa y olvidarme de todo. Pero la realidad, mal que nos pese, es tozuda y hay que seguir remando contra el cansancio, la desidia, contra la constante negatividad que poco a poco va haciendo callo y nos deja tocados. Dicen que este año va a crecer el consumo de antidepresivos, no es de extrañar. Algunos, supongo que los que piensan más en la frivolidad que en la salud mental de sus conciudadanos, hacen campaña alegando, por toda fatalidad, que engordan. Esos deben preferir cortarse las venas o saltar por una ventana antes que no reconocerse en el espejo. Corren malos tiempos para deprimirse, para engordar y para intentar fumarse un cigarrillo. 
Esta vez la guerra no se libra en territorio conocido sino en los cuerpos. En los nuestros y en los de los otros. En los altos, en los bajos, en los gordos y los flacos, en los tontos y los listos. No empezó en verano, como dicen que empiezan todas las guerras. Pero aquí la tenemos, en plena campaña, avanzando día a día y esperando a que llegue el frío para intentar derrotarnos. Contra ella no caben cumbres mundiales, ni tan siquiera llegar a acuerdos, aunque sean imprecisos. La nueva normalidad se desparrama como una mancha de aceite insoportable y ha traído de vuelta las jaquecas que creía olvidadas, la imposibilidad de dormir de tirón, los pensamientos estúpidos (como los que esta nota), y la triste impresión de que todo se nos escapa de las manos. 



domingo, 17 de julio de 2016

HÁMSTERS


"Volvimos a hacer el amor y debíamos de estar cansados porque cuando me desperté había pasado, por lo menos, dos horas. Temblaba de frío y Jamila dormía todavía profundamente con la mitad del cuerpo bajo la sábana".
Hanif Kureishi





Entro en modo hámster, vueltas y más vueltas hasta la extenuación. La voz que proviene de las rodillas, de las yemas de los dedos, murmura por lo bajo que no habrá paz para los malditos, que no habrá paz para ti, ni para mí. Anochece un día más, la marea pegajosa se escapa de las cajas de madera y de las redes empapadas de salitre viejo. El mar se embravece en algún sitio que no ves. Se ha estropea el calentador del agua, y la rueda gira a una velocidad de vértigo. No queda cerveza fría en la nevera, ni poesía, ni una brizna de aire fresco.  Echo de menos la luna, y echo de más las risas histriónicas de las noches de verano que se cuelan por el balcón. En modo incontinente empiezo un discurso con expresiones que no son mías, que no reconocería aunque quisiera adoptarlas.  A dos manzanas de casa empiezo a arrepentirme de haber salido, hace tanto calor. Miro el teléfono, quedan horas para que amanezca. Subo el volumen de los auriculares. Por debajo de la música se oye un zumbido, el chirrío de unos frenos y vuelve el silencio que nunca lo es en esta ciudad. El aire se ha contamina más de lo normal, medio neumático flota entre la calima y en unos segundos en mis pulmones. En el hueco de un platanero exhausto, alguien abandonó un anunció de crema solar.  Faltan unos cuantos pavos reales para que la escena sea conmovedora. L’amour est un oiseau rebelle. Quiero vomitar.





viernes, 22 de mayo de 2015

INSOMNIO




— ¿Qué opinas obre la cuestión del aburrimiento? —preguntó Chogyam a papá. 
Papá se aclaró la voz y dijo que la gente aburrida era deliberadamente aburrida. 
Se trataba de una elección personal y de nada servía eximirles de esa culpa 
diciendo que eran como una ostra.

Hanif Kureishi


Hay noches que se expanden de una manera extraña y un tanto enfermiza. La cabeza se puebla de fantasmas, de ideas delirantes, que solo tienen acomodo en esas horas muertas en las que el silencio y la penumbra adquiere una mayor boscosidad.  El insomnio es uno de los males que no mata pero que atormenta. Una enfermedad a la que si no le sacas partido acaba por volverte medio loco porque, a esas horas, no hay cordura que ponga un poco de orden. Es el tiempo bobo. Sabes que tienes que dormir pero no puedes, y por más que lo intentas, por más que te esfuerzas, una prole de saltimbanquis campan a sus anchas convirtiendo la noche en un campo de batalla y a ti en el enemigo a derrotar. Y así acabas, derrotado, enloquecido, taciturno. Una situación nefasta que arrastrada día a día, semana a semana, te convierte en una sombra gruñona de la que todos intentan escabullirse. Son las consecuencias de las noches en vela. 
Las noches cerradas son propicias para duermevelas densas. Apenas dejan opciones. Puedes vagar por  parajes confusos que acaban envenenando, o abandonar la cama en busca de territorios más amables, más despejados. Y ahí, asentado de nuevo en la realidad legañosa todo cobra una dimensión distinta, puede que por eso, durante esas horas, algunas canciones en las que jamás reparaste por falta de tiempo, ahora, mientras las escuchas con el volumen bajo para no despertar a nadie, cobran una significación especial.  Es el tiempo de algunos descubrimientos, de lecturas pendientes que se convierten en aliadas contra los esperpentos que nacen de la oscuridad. Instantes de soledad intensa que casi nunca molestan. Puede que quizás sea porque esas horas nos son mucho más propias que cualquier otra, porque  las pulsaciones del corazón son cada vez más quedas y no nos importa porque nos llevan a universos que, al final, se desvanecen cuando la noche empieza a batirse en retirada, con las primeras luces del día. Momentos en los que uno,  medio adormecido cuando ya no toca, sabe que aún le quedan fuerzas para seguir un día más.