viernes, 22 de mayo de 2015

INSOMNIO




— ¿Qué opinas obre la cuestión del aburrimiento? —preguntó Chogyam a papá. 
Papá se aclaró la voz y dijo que la gente aburrida era deliberadamente aburrida. 
Se trataba de una elección personal y de nada servía eximirles de esa culpa 
diciendo que eran como una ostra.

Hanif Kureishi


Hay noches que se expanden de una manera extraña y un tanto enfermiza. La cabeza se puebla de fantasmas, de ideas delirantes, que solo tienen acomodo en esas horas muertas en las que el silencio y la penumbra adquiere una mayor boscosidad.  El insomnio es uno de los males que no mata pero que atormenta. Una enfermedad a la que si no le sacas partido acaba por volverte medio loco porque, a esas horas, no hay cordura que ponga un poco de orden. Es el tiempo bobo. Sabes que tienes que dormir pero no puedes, y por más que lo intentas, por más que te esfuerzas, una prole de saltimbanquis campan a sus anchas convirtiendo la noche en un campo de batalla y a ti en el enemigo a derrotar. Y así acabas, derrotado, enloquecido, taciturno. Una situación nefasta que arrastrada día a día, semana a semana, te convierte en una sombra gruñona de la que todos intentan escabullirse. Son las consecuencias de las noches en vela. 
Las noches cerradas son propicias para duermevelas densas. Apenas dejan opciones. Puedes vagar por  parajes confusos que acaban envenenando, o abandonar la cama en busca de territorios más amables, más despejados. Y ahí, asentado de nuevo en la realidad legañosa todo cobra una dimensión distinta, puede que por eso, durante esas horas, algunas canciones en las que jamás reparaste por falta de tiempo, ahora, mientras las escuchas con el volumen bajo para no despertar a nadie, cobran una significación especial.  Es el tiempo de algunos descubrimientos, de lecturas pendientes que se convierten en aliadas contra los esperpentos que nacen de la oscuridad. Instantes de soledad intensa que casi nunca molestan. Puede que quizás sea porque esas horas nos son mucho más propias que cualquier otra, porque  las pulsaciones del corazón son cada vez más quedas y no nos importa porque nos llevan a universos que, al final, se desvanecen cuando la noche empieza a batirse en retirada, con las primeras luces del día. Momentos en los que uno,  medio adormecido cuando ya no toca, sabe que aún le quedan fuerzas para seguir un día más.


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