—
¿Qué opinas obre la cuestión del aburrimiento? —preguntó Chogyam a papá.
Papá
se aclaró la voz y dijo que la gente aburrida era deliberadamente aburrida.
Se
trataba de una elección personal y de nada servía eximirles de esa culpa
diciendo que eran como una ostra.
Hanif Kureishi
Hay noches que se expanden de una manera extraña y un tanto enfermiza. La
cabeza se puebla de fantasmas, de ideas delirantes, que solo tienen acomodo en
esas horas muertas en las que el silencio y la penumbra adquiere una mayor
boscosidad. El insomnio es uno de los males que no mata pero que
atormenta. Una enfermedad a la que si no le sacas partido acaba por volverte
medio loco porque, a esas horas, no hay cordura que ponga un poco de orden. Es el
tiempo bobo. Sabes que tienes que dormir pero no puedes, y por más que lo
intentas, por más que te esfuerzas, una prole de saltimbanquis campan a sus
anchas convirtiendo la noche en un campo de batalla y a ti en el enemigo a
derrotar. Y así acabas, derrotado, enloquecido, taciturno. Una situación
nefasta que arrastrada día a día, semana a semana, te convierte en una sombra
gruñona de la que todos intentan escabullirse. Son las consecuencias de las
noches en vela.
Las noches cerradas son propicias para duermevelas densas. Apenas dejan
opciones. Puedes vagar por parajes confusos que acaban envenenando, o
abandonar la cama en busca de territorios más amables, más despejados. Y ahí,
asentado de nuevo en la realidad legañosa todo cobra una dimensión distinta,
puede que por eso, durante esas horas, algunas canciones en las que jamás
reparaste por falta de tiempo, ahora, mientras las escuchas con el volumen bajo
para no despertar a nadie, cobran una significación especial. Es el
tiempo de algunos descubrimientos, de lecturas pendientes que se convierten en aliadas
contra los esperpentos que nacen de la oscuridad. Instantes de soledad intensa que
casi nunca molestan. Puede que quizás sea porque esas horas nos son mucho más
propias que cualquier otra, porque las pulsaciones del corazón son cada
vez más quedas y no nos importa porque nos llevan a universos que, al final, se
desvanecen cuando la noche empieza a batirse en retirada, con las primeras
luces del día. Momentos en los que uno, medio adormecido cuando ya no toca, sabe que aún le quedan fuerzas para seguir un día más.
No hay comentarios:
Publicar un comentario