–No puedo decirte lo contrario –dice mi madre–. Lo siento, pero no sería un recuerdo verdadero.
Si quieres, invéntalo, imagínalo. Pero yo nunca te dije al atardecer que entraras en casa
y menos aún que se estuviera haciendo cada vez más tarde.
Enrique Vila-Matas
La tormenta azotaba las ventanas.
El mar revuelto parecía querer escapar de sí mismo buscando una mejor suerte. Se
ovilló contra su espalda escuchando el graznar de las gaviotas. Un velo de
agua escondía el lado norte de la costa. Los ojos quedaron ciegos y al poco ya nada
quedaba en pie. Pero algunas tardes de tormenta, grises como el fondo del mar,
aun puede sentir su mano tibia recorriéndole la espalda mientras el agua
golpea con furia los postigos.
Corto, tormentoso, y bonito.
ResponderEliminarUn abrazo.