Cuanto más te disfraces más te parecerás a ti mismo.
José Saramago
Grace.
Sigo con un corcho en la cabeza. Los conductos de entrada
al cerebro siguen despejados, pero los de salida continúan obstruidos por esa
masa porosa que impide que nada se escape. Entran cosas, imágenes preciosas de
un mundo que me es lejano y descubro que me gusta más de lo que pensé; pero
salir, sale poco. Debe ser por eso que cada día me despierto pronto, con un
hambre feroz, y desayuno despacio, tranquila, respirando el aire fresco que
ahora entra por el resquicio de la ventana a medio abrir. ¿Qué se puede fraguar
en una cabeza que ha dejado de pensar? Seguramente nada o quizá, aunque parezca
extraño, ese encantamiento por la nada sea el que permite contemplar las cosas
de una manera mucho más limpia y sin afectación.
Debe existir una explicación casi
matemática a la rara habilidad de ver y gozar; ver y aprehender; ver y
arrinconar. Todo entra y nada sale y las primitivas sensaciones del hambre, el
frío, el sueño se templan ante la ausencia de pasiones tristes.
Posiblemente todo sea un espejismo y ahora
corresponda vivir tocando madera para conjurar los buenos augurios a reservar
para el invierno. Porque la guerra es la guerra y porque, querido John, el
corcho aísla, pero solo un poco.
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